Las prácticas discriminatorias que originaron el Transantiago volvieron esta semana al Metro de Santiago, con la prohibición de que las personas porten maletas de más de 80 centímetros de largo en el tren subterráneo.
Detrás de la medida está la creencia de que el transporte público puede administrarse con decisiones “técnicas”, supuestamente “racionales”, sin ningún mecanismo de consulta ciudadana.
En este caso, como no hay espacio para transportar a los millones de usuarios, la salida es prohibirles su paso. ¿Por qué alguien no puede viajar en el metro con su maleta, pero sí puede hacerlo en los buses de superficie? ¿Por qué esa discriminación?
Transantiago nació así, de la irracional creencia de que las personas y colectivos no importan al momento de cambiar las políticas públicas. De que la gente no tiene mínimas dignidades.
De hecho, el transporte público de la capital fue cambiado en un día, sin importar los hábitos de las personas. Llegaron además buses disfuncionales para los adultos mayores.
Hubo cosas positivas también. Por ejemplo, se acabaron las carreras entre buses y los accidentes asociados. Sin embargo, hasta hoy el transporte público es motivo de queja, y en cierta forma de desdén por la ciudadanía.
Y el Metro volvió esta semana a esas lógicas, constriñendo las opciones de transporte de los más pobres. ¿O creerán los directores del Metro que quienes llevan maletas son empresarios que quieren ahorrarse un flete?
Chile requiere un sistema de transporte digno. Pero ello parte por entender que las personas utilizan el Transantiago por necesidad y no por opción.
Y que el transporte público se arregla con sus usuarios, no a costa de ellos.
(*): publicado en www.corresponsal.cl