Deserción de militantes

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Los trascendentales sucesos políticos de los últimos meses han tenido no menos trascendentes repercusiones en diversos ámbitos, siendo uno de ellos la deserción  explícita o tácita de muchos militantes en todos los partidos políticos.

Aunque sería comprensible el pudor de aquellos que no quieren sentirse cómplices de lo que consideran un actuar ilegítimo dentro de de su colectividad, un análisis más detenido nos lleva a pensar que ésta es una justificación bastante simplista.

Es injusto sostener que el accionar de todas las agrupaciones políticas es producto de voluntades espurias que así proceden para satisfacer ilegítimos intereses. Nadie puede afirmar que todos nuestros dirigentes políticos son corruptos y que nunca su proceder político ha sido probo.

Eso sería una necedad. Y lo es tanto como sostener que el actuar de todos y cada uno de ellos se ha inspirado sólo en el bien del país. 

Ni lo uno ni lo otro.

Hace nada menos que cinco siglos Nicolo Maquiavelo ya había percibido que el ser  humano es esencialmente corruptible; percepción que no le impidió ser el hábil canciller florentino que, entre otros logros, controló los impulsos invasores de César Borgia.

Esta lúcida comprensión de la naturaleza humana le sirvió a este también filósofo y militar para participar decisivamente durante 18 años en el gobierno de la ciudad-estado que era Florencia, como también para elaborar su tratado de doctrina política titulado “El Príncipe”.

Pero parece que en Chile no nos resignamos a la realidad detectada por él, y quisiéramos que todos nuestros políticos fueran probos, ojalá más probos que nosotros mismos, y optamos por ignorar que en la realidad chilena también ha incidido el proceder patriótico y bien inspirado del buen político.

Ni estos buenos políticos, ni mucho menos el país se merecen la  misma indiferencia con que pretendemos sancionar al deshonesto. Más aún, este deshonesto agradecerá que el elector bien informado se abstenga de censurarlo, sea en las urnas o en algún debate político.

Chile no es el único país donde se detectan irregularidades o dolos de naturaleza política. Recientemente ha aparecido la noticia de que en Francia se le ha imputado a Nicolás Sarkozy el haber empleado facturas falsas para poder exceder en varios millones de euros el límite de gastos electorales permitido por la legislación de su país.

En un periódico israelí, un avergonzado periodista consignaba que son objeto de investigaciones criminales: el Primer Ministro Ehud Olmert, el Presidente Moshe Katzav, el ex Ministro de Justicia Jaim Ramon, el Ministro de Finanzas Avraham Hirschson y el jefe de la coalición Avigdor Yitzjaki.

¿Es necesario traer a cuento lo que sucede en latinoamérica?. Basta con citar lo de Petrobras en Brasil y la imposibilidad del estado mejicano para contrarrestar el poderío del narcotráfico, cuya última gran hazaña fue el cruel asesinato de 43 estudiantes.

A mayor abundamiento, concordemos con lo declarado por el prestigioso historiador Francis Fukiyama, quien, entrevistado hace un par de semanas por CNN, afirmaba que la reciente historia política del país no revestía de la gravedad que estiman muchos chilenos y que, en todo caso, guarda buena distancia con la otros países. Esta documentada opinión no es, sin embargo, una novedad para quienes están al tanto que Chile ocupa el lugar 21 entre los 175 países, incluidos los de la OCDE, en una clasificación elaborada por Transparency International.

Todo militante honesto debiera preguntarse cuál es el REAL motivo que lo lleva a sustraer su participación en el destino de su país: ¿estoy convencido de que estoy frente a una catástrofe irreversible que justifique mi deserción?. Reflexión similar debiera tener el simple elector en el momento de las elecciones.

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