Es lunes y no cualquier lunes. Hace mucho tiempo que no salía a callejear con un rumbo determinado: mis amigos grafiteros. En realidad ya ni siquiera callejeo mucho, a eso suelo imponer una explicación ligera y poco convincente incluso para mi mismo, y es que no es verdad que ya estoy viejo. En la calle todo me parece igual que antes pese a los cambios obvios. En el camino todo alrededor me pareció igual de descolorido y la ciudad exudaba a sus fantasmas y sus vivos que no paran nunca de revelarse (con tibieza) a la posibilidad de desaparecer del mapa.
En la calle vuelvo a ver esas casas con arbolitos y rejas filudas, contrastando con un mundo público árido de espíritu que clama por ser el espacio donde los asuntos de las personas sucedan, atiborrado de vida, una calle que exprese lo que hay en nuestros planos más profundos, como nuestros corazones o nuestra historia. Los días lunes por lo general son ajetreados pero sobretodo porque empieza la semana productiva. Muchos recuerdan en el mismo orden de siempre su rutina y se lamentan, pero otros salimos a callejear, nos encontramos con algún amigo, y de pronto nos convertimos en los pocos que habitan el espacio público a sus anchas, así como si no existiese nadie más.
En Curacaví, no hay galerías de arte ni escuelas relacionadas, ni espacios reconocidos en donde se reúnan las imágenes y voces que hablan de nosotros. En cambio hay cesantía, una biblioteca que tiene a su bibliotecaria en más de un lugar a la vez (por suerte solo en el papel) y muchas cosas por hacer o a medio camino. La gente de mi edad trae consigo la carga de ser la generación de la transición a la democracia, nacimos cuando el No le ganaba al SI y se “volvía a vivir en libertad”. Pero lo que somos hoy, según mi opinión, es más una generación que no se permite tal libertad, no se moja el potito. Admiro mucho a los que agarran pintura y salen a pintar en la calle como mis amigos, me provocan siempre la sensación que se tiene cuando el matón del curso se tropieza y entonces uno puede compensar todo el abuso que ha recibido, aprovechando para burlarse de su caída. Me parece natural que algo en nuestro interior responda a lo que pasa afuera. En la calle no muchos se conceden ese privilegio, para mi es evidente que todo pasa en núcleos cerrados que nos aseguran más control sobre las respuestas que queremos recibir. Pintando en un muro público las respuestas de los otros pueden ser tantas y tan inesperadas que solo hasta aquí, los grafiteros y muralistas podrían tener un fundamento para describir el sentido de sus creaciones. Sin embargo y como es de esperar, los fundamentos para ser un grafitero son tantos como las personas que viven en este lugar.
Cuando empecé a trabajar en este texto, decidí pedir a mis No grafiteros más cercanos, una descripción breve sobre su relación con esta forma de arte. Mi mamá me dice que hay unos buenos y unos que hacen “puros monos fomes” y que yo uso “muy pocos colores”. Mi abuelo y una vecina concuerdan en que “son cosas de cabros chicos” y que “puro ensucian”, que “son vandálicos los que hacen eso”. Mi hermano dice que está bien y sé que se guarda algunos análisis más nutridos, pero que al pertenecer a una generación casi diez años más joven, pintar en la calle no es la gran cosa. Pero cuando yo pinté un grafitti por primera vez, miraba a los pintores de la calle como si fueran ídolos y quería aprender a hacer lo mismo, entonces ya sentía que para mí sería como un arma y una terapia para liberarme de todo el odio y también compartir la alegría, la protesta y la comunicación sin censuras. Empecé escribiendo mi chapa o seudónimo en las noches y sin permiso. Odiaba al mundo y sentía que así me imponía al menos una vez antes los adultos, les arruinaba el día al menos una vez en comparación con todas las veces que me lo arruinaron a mí. Era un intento por tirar la piedra y no tener que esconderse totalmente, quedar ahí plasmado molestando y haciendo daño (es por esto que digo que la transición a la democracia no es una realidad, menos habiendo sentido la necesidad de expresarme ilegalmente y por sentir resentimiento), el odio se desbordaba y mi seudónimo era prácticamente lo más propio dentro de mis elecciones. Ninguna de las chapas que rayé hizo más daño que los maltratos, la indolencia, el aislamiento y la marginalidad que esta sociedad me dio. ¡En ese tiempo la hubiese quemado entera! Ahora ya no necesito hacer eso, busco otras cosas. Cada quien sabe mejor lo que necesita y si nadie te acompaña en eso, nadie puede decirte si tu forma de desahogarte es la correcta o no.
El paso siguiente fue hablar con los grafiteros.
Los “Therialmotherfuckas” tienen como concepto nunca repetir la misma idea. Buscan una evolución que trasciende lo meramente estético, se trata de alimentarse de la propia experiencia y de compartir con otros talentos, apreciar lo mejor de cada estilo y ser un canal que acerque esta forma de expresión a la población. Uno de sus integrantes propone la realización de talleres de grafitti en las escuelas, a modo de incorporar una nueva opción al lenguaje artístico tan necesario para el desarrollo personal. Ayer también conversé con “Real”, otro grafitero y muralista de la zona, que lleva más de una década practicando y dando fuerza a un estilo cada vez más propio. Para él los inicios son parecidos a los míos. Pintar le brindó desde el primer minuto la posibilidad de escapar de los problemas sin dejar de hacerles frente. Aún hoy es su desahogo y su forma de acción política, puesto que declara que el sentido que sus obras tienen, guarda relación con la recuperación de los espacios en desuso, interviniéndolos con una idea plasmada con dedicación y cuidado en la técnica. Lo que espera al final del mural es encontrarse siendo fiel a sus instintos expresivos, purgarse de los demonios y ofrecer una pintura como antagonista del abandono y el desdén con el que se vive hoy. Según él, en Curacaví no se ha desarrollado tanto el movimiento grafitero, debido a que sus mismos exponentes no han logrado remar hacia el mismo lado, aunque sí reconoce que los puntos de encuentro no son pocos. Emanuel Olivera (Manu) me contó que en un encuentro de grafitti en Brasil conoció a un niño que también pintaba y que al preguntarle sobre la pintura en su vida el niño le dijo “meu paraíso”. El Manu se encontró con alguien que lo entendía como lo entiende él: una desconexión respecto del mundo gris y el arte de concebir una experiencia en la que se puede crear un paraíso propio y con colores a elección. A este amigo no le cuesta decir que su móvil es provocar un llamado de atención que invite a ver otros modos de vida. Tengo mis razones para no aparecer como juez de los entrevistados (aunque parezca que soy uno y de los menos imparciales). Si hay murales producidos o si son ilegales y rápidos, de todos modos, no podemos negar que las murallas muestran cosas sobre todos nosotros. A mí me movió escribir este texto, porque conozco en lo personal a esos grafiteros y noté un decaimiento en su energía.
Quisiera ver más de esos colores escandalosos por todas partes, su persistencia en las calles no es tan solo un acto caótico que nos grita y anuncia la explosión de la sociedad, es desahogo y un camino hacia la sanación espiritual de los pintores que podemos encontrarnos en lo cotidiano. Quisiera ver más arte en cada rincón, quisiera escuchar poesía en lecturas públicas, quisiera que la música se filtrara por doquier y que nada tenga que ser tan difícil como en mis inicios, que ninguna manifestación de este tipo tenga que volverse ilegal por no tener espacio o peor, por no ser comprendida más allá de su forma como producto que no equivale a los cánones artísticos funcionales al capitalismo. Levanten su expresión que ronda los límites de la criminalidad siempre, sea malo o sea bueno, todos produjimos esto.
que buena reseña. amigo Mar Lo…
Hola necesito un graffitero para pintar un muro de local comercial al lado de la plaza en Curacaví, interesados al wsp +56987687830. Rodrigo donoso