Curacaví sin barro

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Desde los albores de la Humanidad, el hombre ha tenido ritos de distinta índole sea para agradecer la cosecha, la lluvia, victoria sobre sus enemigos, en fin, pero principalmente se realizaban por temor a sus dioses. Todo ello animado por sacerdotes quienes al tener al pueblo ignorante y sumiso, esto en concomitancia con familias que de manera hereditaria mantenían la hegemonía del poder; en desmedro del bien común.

Aún, existe en ciertas tribus australianas actos ceremoniales que no han variado a través de los siglos. Este ritual consiste en que los más desvalidos se colocan máscaras de barro (mortuorias sacadas de sus parientes fallecidos). El objetivo de esto, es no ser reconocidos por la autoridad tribal y su séquito, de tal modo no sufrir las nefastas consecuencias que tal acto pueda traer tanto personalmente, como a su entorno familiar. Una vez escuchadas las demandas, el jefe organiza con gran boato bailes celebrando su consentimiento al conceder lo solicitado por su pueblo.

En pleno siglo XVIII las fiestas mundanas de la elite, donde el rey era el eje principal, se usaban máscaras para no ser “reconocidos” directamente de sus desenfados. Siempre se ha usado máscaras.

Sin embargo; en pleno siglo XXI, ya no se usan máscaras para cometer los más detestables hechos de corrupción que todos conocemos, donde principalmente intereses económicos ha trasgredido transversalmente la moral de los que hoy tienen la obligación de dar señales de probidad.

Realizada la infamia generalmente todo queda impune o las sanciones son relevadas a amonestaciones menores, cuando mucho verbales, haciendo gárgaras de inocencia a los cuatro vientos. Sin embargo; para ser justos hay excepciones, desgraciadamente son las menos.

Pero volvamos a lo nuestro. Al barro.

Dentro de muy poco nuestro país nuevamente será citado para entregar su veredicto en las urnas, tendrá una vez más la oportunidad cívica de pronunciar a través de su voto el rechazo o la aprobación hacia las autoridades por su trabajo realizado. Ésta ocasión no puede ser desperdiciada, no sucede todos los días.

No caigamos en la desidia, en el pensamiento de: “para que voy votar si siempre es lo mismo, son todos unos sinvergüenzas y ladrones, y los nuevos que llegan, también”. Pues les digo no soy uno de esos.

Me he dado cuenta, desde hace un tiempo a la fecha, el temor de los ciudadanos de Curacaví, gente maravillosa, intrínsecamente buena de corazón, pero desgraciadamente con temor y vergüenza a pronunciar y defender sus ideales frente a sus pares; a viva voz, si es necesario.

Reitero, vergüenza a ser indicado con el dedo por sus amigos, vecinos, incluso por sus familiares, de esa manera nos callamos y entonces comienza a campear el general rumor. ¿O es que tendremos que ser como aquellos habitantes de tribus que aún viven aún en la edad de la piedra y que para manifestar sus necesidades al jefe de la tribu tienen que hacerlo a través de una máscara?

Si todavía estamos en Curacaví en esa instancia, es decir no hemos aprendido nada. Todos de la mejor forma que podamos, debemos ser tributarios para lograr engrandecer armónicamente una ciudad como Curacaví, respetando las demandas y propuestas de quienes vivimos en este hermoso lugar.

Tenemos que sin máscaras de barro, con la cara limpia, exigir a quienes tendrán la obligación de dirigir los próximos años desde el sillón municipal a comprometerse en entregar lo mejor de su persona, ser probo sobre todo, y hacer de este lugar una comuna más digna, amable, y segura.

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