Muñecas

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Cuando éramos adolescentes, todos vimos Flashdance. Algunos la vimos con las respectivas pololas que hacían algún tipo de gimnasia o danza o simplemente elongaban y hacían gimnasia en donde fuera: la plaza, los patios del colegio, la playa. ‘Ya están parando las patas’ decían las tías y mamás (¿todavía pasa eso o las chicas de ahora ya no tienen esa relación con su cuerpo?). A los milicos, que habían puesto a sus esposas de directoras de liceos, les encantaban -a ciertas- los cuerpos coordinados, y a veces hacían unas demostraciones de jóvenes de liceo peinados a lo milico, saltando cajones y haciendo algunas figuras, todo marcial y cuadrado.

En esta belleza, los profesores incentivaban la rutina con videos de Comaneci, del Instituto Vaganova, cosas así que circulaban en unos cassetes VHS gigantes. En muchas casas habían cintas y aros de gimnasia en el suelo. Las más taquilleras e inquietas o las que tenían familias de izquierda ilustrada, ponían a sus hijas en el Instituto de danza Espiral, que funcionaba desde 1985. Se hablaba de técnica Graham, algunas terminaban en la U de Chile y hoy hacen esmerada pedagogía de barrio. Plaza, patios y, por supuesto, esos espacios de socialización que eran las canchas de patinaje de ese tiempo, en donde vendían helados de máquina que eran una novedad, el tiempo de los Burger Inn, precursores de los actual Mc Donalds, mientras la dictadura estaba meta matando comunistas y desapareciendo gente, tema que por supuesto nos hizo a todos tomar cartas en el asunto y a muchos los volvió literalmente locos.

Pero por ahora prefiero recordar a las niñas jugando al elástico en la calle, a las que jugaban volley y andaban con las rodilleras a modo de polainas. Luego más grandes nos enteramos con mucha pena que varios artículos de cierto tipo de feminismo destrozaban la película. Aunque queríamos ser parte de una militancia feminista, nos confundían un poco esos artículos ya que habíamos hecho otra lectura de la heroína de clase obrera -obrera en una fábrica ella misma- que además vivía sola, con un perro y que tenía que lidiar contra el acoso de unos bullies y patanes. Ni siquiera era blanca, sus amigas eran una negra y una rubia de clase trabajadora.

Lo mismo sucede con el famoso asunto de las muñecas y princesas. Todo bien con las campañas contra los estereotipos que crean ilusiones no alcanzables en las niñas, que sueñan ser como Barbie. Pero me imagino que alguna fantasía tienen que tener, alguna heroína de algún tipo en su mundo infantil. En una ocasión, unas chocas feministas hicieron una actividad en una población cerca de las fechas navideñas. Las pobladoras habían hecho esfuerzos por comprar muñecas a sus hijas, y las activistas habían llegado demonizando a las muñecas. “¿Cómo , es malo acaso?” ¿cómo va a ser malo? ¿por qué?”, se preguntaban completamente confundidas las pobladoras ante chicas por entero ABC1 –bastante parecidas a una Barbie o a Cristna Rosenvinge cuando joven- a todo eso: radiantes y con estudios universitarios, venían a bajar línea.

No, no se trata de la caricatura de una femineidad como la alcaldesa de derecha medio ridícula, pero hay que cachar bien el territorio antes de decir cualquier cosa papera, iluminista, burguesa. Lo que logran es corretear a la gente y hacerle un flaco favor a las conquistas de género. O sea, se la dejan en el área al enemigo. Demasiados mesías dando vueltas. Demasiada bajada de línea. No, las cosas no se pueden imponer: primero hay que tantear, cachar como es la gente.

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