
Con un guiño cómplice, mi vecino, un jubilado, me dice al pasar: He! Esta bien lo de los chalecos amarillos! Si, somos todos nosotros!, respondo, ya arriba de la bicicleta. Se despide sonriendo, haciendo un ok! de su mano.
Cerca, resuenan cornetas y pitos: es una manifestación de empleados territoriales que reclaman, frente al municipio, por la imposición de horas extraordinarias sin aumento salarial, muchos de ellos con chalecos amarillos, los mismos que se ven sobre los tableros de los autos. Una cuadra mas abajo el litro de diesel corriente llega a 1,48 Euros.
Los factores de la crisis de los chalecos amarillos son visibles a nivel local, en este caso, una ciudad en la periferia norte de Paris, en el departamento de la Seine Saint Denis, compuesto de una población obrera emigrada y también media, de empleados y trabajadores calificados, muchos de ascendencia magrebina o africana, una ciudad dormitorio, pero no solamente. También es un lugar de vida y ebullición cultural, compartido por gentes de muchas etnias, ganas de buen vivir republicano, con una administración, dominada por las rancias corrientes socialdemócratas (PS, PC, Verdes) reducidas a administrar un modelo de desarrollo en donde la vida es cada vez más exigente en cuanto a recursos, tanto a nivel económico, como de infraestructura y servicios, reduciendo, cada vez más, la existencia a una subsistencia, en donde las actividades lúdicas, culturales y sociales son inaccesibles, insuficientes o incompatibles con la fatiga después del trabajo.
Precariedad del empleo, bajos salarios, impuestos, jubilaciones bajas, un nuevo plan de financiación y selección para los estudios superiores, lenguaje arrogante y distante, reiterativo por parte del ejecutivo y desde mucho antes que Macron, ha ido completando el cuadro previo a este estremecimiento social que es un reclamo de ajuste económico de una Francia que no llega al fin de mes y, al mismo tiempo, una demanda de claridad frente al futuro y a como se va asumir la crisis ecológica – social que se perfila al horizonte: Si, se hace, tomando en cuenta la propuesta ciudadana y sus necesidades, o de la manera arrogante, represiva y neoliberal, en donde lo humano quedaría reducido a un simple calculo financiero.
La profundidad de esta interrogación y su espontaneidad han sorprendido todo el estamento político. Un movimiento ciudadano que porta una opinión común y sin líder de opinión, a través de la propuesta de un Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC), una idea que ya había sido presentada en el programa de la Francia Insumisa (Izquierda anticapitalista) como parte de su programa y que es en sí, un cuestionamiento de la democracia actual y la manera como se toman las decisiones que estructuran la sociedad, en otras palabras, el inicio de la revisión completa del ya difuso contrato social que se destruye día a día a través de las privatizaciones y la consecuente desprotección social. Por estas razones, este movimiento es el comienzo de algo más grande aún y que incluirá progresivamente a toda Europa, contestando definitivamente la autosuficiencia del discurso liberal. Un sobresalto ciudadano saludable, que despierta de la ilusión capitalista del crecimiento constante, vendida a través de la noción de consumo del mundo y de la vida misma, una aceleración en la toma de conciencia del compromiso con la naturaleza y de la necesidad de revisar nuestro modo de vida, con una propuesta de repartición equitativa de las tareas de la transición energética.
El movimiento llevó la protesta a los simbólicos Campos Elíseos y sus lujosos alrededores, esto fue un elemento que puso de manifiesto claramente, el malestar generado por los descarados privilegios de algunos y la dura vida de millones. La irrupción de esta violencia de masas, con cortes de caminos y barricadas en todo el territorio, simbolizado con los campamentos de manifestantes en las estratégicas rotondas, fueron creando un clima insurreccional que ha asustado visiblemente a la oligarquía, quien ha respondido con una represión policial violenta y anti popular, en primer lugar, y a una serie de contradicciones a través de declaraciones y contradeclaraciones, demostrando que el poder había perdido, literalmente, el habla, después de tanta soberbia discursiva y simplista. La realidad de la calle les dijo que no es cuestión de « atravesar la vereda », para encontrar trabajo y una perspectiva de vida. ( Unas semanas antes, Macron respondió: « Yo atravieso la calle y le encuentro un trabajo », a un joven que le explicaba las dificultades para encontrar en su especialidad…)
Contando con el apoyo del 80% de la población y reuniendo puntualmente las diversidad del país, el movimiento pone en jaque el funcionamiento económico y democrático a escala europea. El poder financiero, a través de los medios de información y sus representantes políticos ya esta a la maniobra, intentando desviar la atención y ganar tiempo en cada una de las etapas de este proceso, pero hasta hoy, a pesar del frío, de la tregua navideña y de un cobarde y sangriento atentado en la ciudad de Estrasburgo, no ha podido desmontar la emergencia de un nuevo actor político, el Ciudadano, y no podrá pasar por alto las causas profundas de este malestar, que no harán mas que ir en aumento, en la medida de que las grandes lineas de desarrollo sean dictadas por imperativos de castas financieras ávidas de ganancias y no por una vocación colectiva de progreso eco-social que permita proponer una perspectiva tangible de paz y futuro.