I
Y ahí está la lluvia,
su trascendencia.
Pequeñas redondeces sujetas,
nadie sabe cómo,
a la navegable serenidad
de la rama seca.
Permanecen, apenas sin moverse,
mientras las miras.
Te vas hacia otros pensares
y, cuando vuelves, ya no están.
En su lugar, otras gotas; otra posibilidad
para la poesía.
II
Algunas veces llueve sobre el mar.
En la orilla, leves honduras
que se vacían en abismos.
En el agua, ondas y círculos imprecisos
que terminan, sin queja,
en algún lugar azul como el recuerdo.
Humedades sin fin en los incrédulos pasos
de las gaviotas.
III
Siempre sucede una canción.
Llueve.
Por detrás de los olvidos
hay quienes se abrazan
un instante largo y siguen en los quehaceres
simples de una mañana de sábado.
Lo cotidiano no se pliega nunca.
Se va desenrollando tranquilo
hacia las horas que vendrán.
Y no se inmuta
ante la muerte.
IV
Sin embargo
hasta la rosa cede al empuje,
insistente y liviano,
sobre su asombrado
desfallecer.