La actriz recuerda las obras que marcaron su vida y las pequeñas cosas que hoy le dan felicidad. Desde el escenario, hasta un café con leche en la mañana. Su relato es un viaje íntimo donde el arte se mezcla con la ternura de lo simple.
Giselle Haquin Macari, nace en Santiago en la comuna de Vitacura. Su familia la integraban sus padres y su hermano.

¿Cuándo decides vivir en Curacaví?
Hace mucho tiempo que quería irme de Santiago, pero estaba esperando a que mi hija mayor terminara sus estudios. Nos vinimos dos meses antes de que comenzara la pandemia.
¿Cómo nace tu interés por la representación teatral?
Desde chica, muy niña. Me gustaba inventar y disfrazarme de muchos personajes. Mi público siempre fueron mis muñecas y peluches.
¿Cómo sientes que ha evolucionado tu manera de habitar los personajes en comparación con tus inicios en la actuación?
Hemos evolucionado juntos; en el inicio existen temores, timidez, poca práctica, pero con el tiempo uno va adquiriendo un método propio de trabajo que te hace sentir más segura al enfrentarse a un personaje. Sí se mantienen los nervios; cada personaje es un nuevo desafío. En un inicio la crítica que recibiera un personaje me preocupaba bastante, pero ahora me enfoco más en la satisfacción personal que me brinda crear o representar a un personaje. Es cierto que los públicos o las audiencias presentes son una parte esencial del teatro, pero también me he dado cuenta con el tiempo que una buena interpretación es inmensamente gratificante; cuando uno representa un personaje de manera satisfactoria, no es sólo un éxito percibido por la audiencia, sino a nivel personal.

¿Cuál ha sido la experiencia más significativa que has tenido con la audiencia a lo largo de tu carrera?
El estreno y funciones de una obra llamada “Todos Eran Mis Hijos” de Arthur Miller. Comenzó como parte de mi examen de grado de la escuela de teatro, y fue la primera vez que actué en una compañía teatral y cobramos entradas. Siempre teníamos público, nunca faltaba la audiencia. La calidad humana del reparto fue lo más enriquecedor; fue increíble trabajar con un grupo de personas apasionadas, ya que tuvimos que crear escenografía, vestuarios, y todo desde cero. Todo fue hecho con una vocación inmensa.
¿Hay algún personaje que te haya marcado de manera especial y que haya transformado tu propia forma de ver la vida?
Sí, “La Loca de Chaillot”. Era una mujer de la alta sociedad que se queda atascada en el tiempo, y debe residir en los alcantarillados de Francia, pero mantiene sus atuendos ostentosos y su actitud de superioridad. Debe convivir con otros personajes en situación de extrema pobreza, pero ellos le siguen el juego y la tratan como realeza. La pieza gira en torno a la dama excéntrica y loca que refugiada en una elegante decadencia está más cuerda que todos.

¿Qué dificultades has enfrentado como mujer en el mundo de la actuación?
La única “dificultad” fue cuando tuve que dejar de ejercer para enfrentarme a la maternidad, ya que antes era imposible equilibrar una vida laboral, con una familiar como mujer.
¿Qué ha significado integrar el colectivo La Yaca en Curacaví?
Encontrar a gente del mismo planeta a esta edad; ver que todavía hay personas que siguen luchando por sus ideales, que se expresa mediante el arte de forma honesta, que maneja los mismos códigos que uno. Personas que siguen creyendo que el arte es esencial para el ser humano.
Más allá de la actuación, ¿qué cosas simples te dan felicidad hoy? Escuchar cuando mis hijas ríen, mi café con leche y pucho de la mañana, un fogón, una copa de vino, y una buena conversación con amistades. Sentir y escuchar el viento, estar en paz. Esas cosas me brindan felicidad.

Fuente: CuracaVive




