El pueblo necesita héroes e íconos, posters y figuras. Pero como es un pueblo retorcido necesita personajes a la altura: locos, o gente escandalosa conocida por sus extravagancias más que por sus obras. Es como cuando comentaban que Jimmy Hendrix hacía esa pendejada de tocar la guitarra con los dientes, y ese hecho ocupaba más espacio que sus solos e interpretaciones magistrales. Lo anecdótico nos ahorra mucho porque no hay para qué leer a los autores, basta recordarlos por alguna extravagancia o incluso alguna grosería que hicieron. Agarrar a chuchadas o escupir a un garzón o a un taxista no me parece para nada rebelde, es simplemente un atropello a un trabajador que se saca la cresta trabajando y que te da un servicio. Además, se habla de peleas, un par de rasguños y de manotazos, porque la gente que escribe no pelea, eso lo hace otra gente, requiere seriedad y soledad, lucidez y no borrachera. Pero alguna gente necesita esos héroes extraños: Rodrigo Lira, Stella Díaz y varios otros. Estas personas lo pasaron bastante mal con sus problemas de esquizofrenia, alcoholismo o demencia senil, pero la prensa hace su agosto con ellos y recuerdo que a ella la hacían bailar flamenco arriba de las mesas en una de las escenas más decadentes que he visto mientras todos aplaudían. En vez de celebrarles sus actos destemplados, nadie les daba una sopa caliente y la llevaba a descansar a la casa o le propuso alguna ayuda médica. Con Teillier pasaba lo mismo: le daban copete.
Y el copete es un problema grave que todos tenemos en mayor o menor medida: Vidal fuera de la selección, Chino Ríos en su tiempo, Violeta Parra y un larguísimo etcétera.
Recuero que Stella fue a mi premiación cuando gané el Neruda, pero luego al otro día te podría agarrar a chuchadas, se le olvidaba. Había alguna gente que no se acercaba cuando ella estaba presente, muchas y muchos, Berenguer y Alexis Figueroa por nombrar un par, le tenían un poco de miedo a las agresiones que podía mandarse la iñora.
Les gusta la anécdota, el personaje, y así leen a un montón de escritores. El otro día compré un libro precioso de Cisneros a un precio ridículo a un mantero en la calle, y me dijo “este güeón estaba loco, era esquizofrénico”. Le dije que no lo era en absoluto y que era un bon vivant que sabía y hasta escribía de cocina, que escribía en la prensa y era de una familia acomodada.
Lo realmente difícil es ser normal, tratar de ganarse la plata que es algo muy difícil y tener un matrimonio bien llevado, regar el jardín y dedicarse a escribir sin andar haciendo escándalos.
Recuerdo al poeta Antonio Silva. Llamaba a las 4 de la mañana y no le importaba que te contestara tu madre o tu anciana abuela: ponía el tema Puto de Molotov a todo dar y les decía una serie de groserías. Creo que un solo amigo se dio cuenta de su enfermedad, pero estaba avanzada y ya no se podía hacer mucho. Al parecer, se dejó morir. Son tristes estas vidas, y si uno quiere a esos escritores o poetas debería darles una sopa calentita en vez de hacerlos bailar con copete como quien le pone una ficha a un muñeco para que baile.
Y lo mismo sucede con el Divino Anticristo. Al parecer todos eran sus fans, pero nadie organizó algo para darle ayuda médica o que no cagara en los edificios de Portugal donde los vecinos estaban súper cansados de su presencia ahí. A mí los locos me dan pánico, quizás porque eso es contagioso y todos tenemos una dosis de locura.
Cuando compartí con Lemebel, muchas veces pasaban cosas mínimas, una discusión subida un poco de tono, pero luego se comentaba esto durante semanas y hasta meses, amplificando lo que había ocurrido. Tengo una amiga japonesa y me dice que una de las costumbres más castigadas en Japón, algo que directamente no se hace, es comentar las curaderas. Las curaderas no se comentan, aunque el jefe y el subordinado hayan hecho el ridículo más grande o se hayan dicho las cosas más fuertes. Hay otros temas, y está la obra de las personas, que obviamente, a nadie le interesa si el personaje es un pavo real que podemos faenar después para la risa de todo el mundo mientras ellos murieron en la pobreza.
Fuente: www.germancarrasco.cl