
Con Ana María Schindler, Eric Petri y Luz Marína Urzúa habíamos ido a caminar por un bosque en las cercanías de Mörfelden, un caserío fome cerca del aeropuerto de Frankfurt. Ninguno de los 4 sabía cómo recolectar setos y de vez en cuando, nos sorprendíamos al avistar algunos ciervos, no tan distante de la vista. Debió haber sido alrededor de 1988. Ana María tocaba la guitarra y por entonces, gustaba de escuchar a Tracy Chapman. Previo, pasábamos por unos locales de abarrotes regentados por unos turcos situados casi en la esquina de la Moselstr con la Münchenerstr, a comprar dátiles. En ocasiones, cocinamos unos pulpos que alguien conseguía “donde los españoles” (puede haber sido cualquiera menos yo. No me gusta mucho el pulpo). En general, jugábamos cartas, escuchábamos música y nos poníamos a charlar sobre qué haríamos al regresar a Chile. Curioso: a los 4 nos iba genial allá y jamás pensamos nada distinto a volver. Después nos dimos cuenta: es imposible volver o es tan posible como volver a los 17.
Poco antes de dejarnos de ver por razones diversas, Eric nos avisa, va a presentarnos a un vecino, de reciente trato en el supermercado de la localidad. “Es una sorpresa”, nos dijo.
El invitado llegó y nos saludamos en un alemán muy básico. Yo ya presumía, podía agenciármelas con las frases relativas, los verbos modales y no metía tanto las patas en las declinaciones de los artículos, según los complementos directos, indirectos o genitivo. Parece, el invitado se llamaba Giorgy y venía de Hungría. Llegó con una guitarra y al poco rato, empezó a afinar y hacer esas cosas de afinación muy propio de ciertas personas. De repente, empezó a tocar no más y fueron 3 canciones (“Arauco tiene una pena”, “Gracias a la Vida” y una pieza de Violeta Parra, jamás había escuchado), en castellano todo y con un tipo de melodía y acento muy “shileno”. Sin embargo, no era capaz de conversar ninguna línea en castellano. Solo hablaba el húngaro de maravillas, el alemán como el forro y el castellano según las estrofas de la Violeta Parra y nada más. Después de cantar, se bebió unos tragos, estuvo un rato a manera de cortesía y se marchó.
A los meses después, con Luz Marina, en un concierto del saxofonista noruego Jan Garbarek, acompañado de Reiner Bruninhaus, Eberhard Weber y Trilok Gurtu para la presentación de su reciente lanzamiento del trabajo titulado Legend of the seven dreams, nos tocó ver y saber cómo la piel se eriza y uno queda relegado a la emoción y la respiración suspendida, cuando Garbarek y su patota desvían el curso melódico de su trabajo al tocar por cerca de 3 a 5 minutos, una variación de Gracias a la Vida.
En esa época, con Luz Marina, visitábamos a Carlos Moreno en Saarbrücken. Carlos era el segundo viola de la Orquesta estatal de Saarbrücken. Nos había invitado para una presentación donde una violinista joven daba su examen de habilitación. En el intermedio saludó a un violinista senior y me comentó: «ya casi no escucha o no da con los tiempos y nosotros lo tapamos. Le quedan 6 meses para jubilar y el quiere estar en las presentaciones. Se sabe casi todos los temas de la Violeta Parra y a veces nos juntamos a cantar o tocar solamente los temas de la Violeta».
Seguramente, hay un montón de breves historias o comentarios al margen, de diversa índole, con situaciones similares. Aparecen en los comentarios, con mayor énfasis cada 4 de octubre, día de su natalicio en personas, gustan de la música y letra de esta mujer, hija de madre analfabeta, con un carácter de caracoles, quien no pudo soportar la vida al pegarse un tiro, no sin antes dar las gracias.