
Siempre pasan cosas increíbles y es increíble poder darse cuenta de eso. He aprendido con los años a ver lo increíble donde a todos nos parece que no lo es. Según las palabras de un amigo “no hay gracia en cachar la belleza allí donde es obvia; la gracia es descubrirla donde nadie más la ve”. Cuando escuché eso la primera vez, no le di importancia.
Hace unos días una persona me dijo a título de algo, como esas frases que unen la realidad con el recuerdo: las palabras se las lleva el viento, y se refería a que si algo no estaba con papeles, simplemente se podía cambiar ese compromiso. Me acordé de los muchos vientos que han cruzado mi vida y de los compromisos que pacté.
Mi madre, de nombre María del Rosario y apellidos Recabarren Rojas reclamaba mucho las distancias entre palabra empeñada y compromiso. “A estos hueones no les cuesta nada prometer algo, total se pasan el compromiso por la raja”, solía decir. Y ella recordaba sus tiempos y los comparaba con los actuales. Algo parecido hago yo, entre mis tiempos y los actuales y bueno, se trata un poco o bastante sobre la pérdida del valor entre nosotros de la palabra empeñada, el compromiso. Y resulta que, no hace más de 30 o 40 años los hombres y mujeres de Curacavi, la región o el país, le daban un valor distinto a la palabra empeñada. Alcancé a ver y escucho historias, sobre cómo en Curacaví los viejos de antes trabajaban “a medias”, no en el sentido de hacer un trabajo sin cuidado, sino a partes iguales, es decir “la media” de siembra o crianza de animales se repartía por igual y era muy mal visto no cumplir con esa palabra. Podía surgir un conflicto enorme y la cosa se zanjaba a los azadones, las echonas o algo así. Era simple la cuestión: si se trabajaba de forma igual, las utilidades de ese trabajo debían repartirse en forma igual y bastaba como acuerdo, la palabra. Qué sencillo no?.
La palabra empeñada tenía un peso en el entorno familiar, vecindario y en todo este conjunto de personas y territorios que nos comprende; finalmente: la sociedad. Uno de los muchos resultados negativos de perder la palabra empeñada es la política. En definitiva se trata de perder la confianza y eso es lo que sucede con la política. Para mi madre esto era una consecuencia más de la dictadura, luego condimentado por representantes políticos que actuaron en función de sus intereses y no del pueblo. Ella lo decía con otras palabras. Era re franca la vieja, pero en su franqueza también podía discutir con argumentos. Yo no estuve presente, pero me comentaron cuando en 1994 vino a Curacavi el sociólogo Heinz Dieterich Steffan y luego de su conferencia, en el Teatro Parroquial, ellos se sentaron a charlar largamente, con altura de miras.
Si no cumplimos lo que decimos que vamos a hacer es mejor no meterse en política y política es todo, decía siempre mi vieja. Me gusta esa explicación sencilla que dice: bastan 2 personas que se pongan de acuerdo en algo, de cierta manera, fijen un objetivo y trabajen por ello. Eso es política y así también vi a mi vieja explicando que los vecinos tienen la obligación de meter las narices en sus asuntos. No hay opción. Cuando no es así, siempre nos meten en dedo en la boca.
Sucede lo siguiente: para nuestra familia, esto de cumplir lo que se dice, viene con nosotros. Mi abuelo y mi vieja, sus hermanos y mis primos, las sobrinas y ahora algunas nuevas generaciones lo tenemos re clarito: cumplimos con la palabra y nos sentimos orgullosos de ser comunistas. Algunos militan, otros no. Tenemos una manera de ser y eso es lo que nos distingue. No debe cambiar. Palabra que así será.