Mujeres, no cabras

Fecha:

elaboración propia

No es fácil para una mujer hoy en día hablar de hombres o deseo. La mayoría no se atreve, alguna se autocensura. No es fácil. Incluso castigado. Más aún si se hace con desparpajo y libertad, desde una posición deseante casi descarada.

La poesía necesita mujeres con experiencia, mujeres hechas y derechas, mujeres que han criado hijos y se han hecho cargo del hogar como un pulpo que con una de sus manos sigue escribiendo, como cuenta Al Alvarez que hacía una de las grandes poetas contemporáneas. O que sin hijos optaron por su propia pelea. Mujeres con calle, mujeres que han ido a buscar a sus hijos a la comisaria por estar en la primera línea de combate o por haber defendido el honor de su amigo o su novia en algún lugar. “Cómo hiciste para que te saliera así tu hijo, tan virtuoso?” Le pregunto a mi amiga cuyos poemas acabo de leer “lo crié a puro amor, como tú” Todos quienes conozco criaron así a estos raperos politizados que parecen modelos de Calvin, a estos lectores silenciosos, a estas cabras con el glamour de la revuelta. A esa pareja de chicas que andan de la mano por la calle sin actitud autodefensiva sino como transmitiendo una especie de amor y anuncio de cambio de folio en un territorio extremadamente resistente a los cambios de folio.

En la lengua de los choros se habla de achicar la calle, “x no me va a achicar la calle” es tan gráfico eso, tan nítida la imagen del miedo al caminar por una calle, sin la soberanía y la serenidad de quienes saben desplazarse. El poder es el que intenta achicarnos la calle, que nos alimentemos de sus medios pagados por los verdaderos delincuentes. La mala televisión es la que intenta achicar la calle.

El poder se resiste a agregar las piezas que faltan pero luego se queja por la cojera de la mesa o por los estallidos sociales. Pero no hablábamos de poder ni de hijos virtuosos. Hablábamos de madres.

Por algún motivo están ausentes en la literatura -no exenta a la adoración de la juventud- estas mamitas sexies, estas milfs, estas mujeres prácticas que prefieren el jardín a la pasarela y a la palabra devaluada de las redes sociales, que leen y respiran sólidas frente al litoral central. Sólo ese mar y ese crepúsculo son testigos de la mirada de esa mujer. Sólo a ese horizonte entrega una mirada que no conocemos. Quizás conoceremos o conocimos alguna vez. Sólo el océano y el sol tendrán derecho a su mirada.

Pero incluso luego de la experiencia de los años -leo versos de una mujer, no una cabra- el deseo conserva siempre algo adolescente, veleidoso, antojadizo. Y escribir sobre eso es un ejercicio de libertad. Y de humor. Recuerdo cuando hicimos imprimir una polera de cumpleaños para la mujer a la que me refiero, la que habla de deseo a sus cincuenta. La mandamos a estampar. Decía:

C u á t i c a
desde cabrita

Porque desde niña se ve la locura en sus ojos azules, todas están con falda pero ella con pantalón, todas con los colores sobrios del miedo al mal gusto, pero ella con sewater rojo y jeans; y tiene la maldición de los que somos un poco más altos que el resto, lo que te hace sumamente detectable y lo que también resalta su hiperventilación a la hora de bailar Wade in the water de Marlene Shaw que alguien puso en un tocadiscos.

Algo que se agradece mucho, se realiza este ejercicio de hablar de su deseo en sus poemas, con levedad y sin quejas, dolorismos o terriblismos. Sin revanchas, sin esa defensa de la pureza heredada del cristianismo y contrabandeada en nuevos paquetes con otros rótulos. El “no me toquen” cristiano pasa intacto a algunas radicalidades.

Hay mujeres que vienen de vuelta de mil batallas, que conocen algo de la naturaleza masculina y cuya experiencia no ha sido en vano. Por eso yo personalmente busco poesía de mujeres, no de cabras. Uno se pregunta con un poeta irlandés: cuántos adoraron tus instantes de alegre gracia,/ y amaron tu belleza con amor falso, o verdadero; /pero un hombre amó el alma peregrina en ti,/ y amó las penas de tu rostro que cambiaba./ E inclinándote junto al resplandor de los leños, /murmures, un poco triste, cómo huyó el amor, cómo flotó lejos sobre las montañas, /y escondió su rostro entre una multitud de estrellas. O quizás con Edna St Vincent: Lo que mis labios han besado, y dónde, y porqué/ He olvidado, y que brazos han yacido/bajo mi cabeza hasta el amanecer; pero la lluvia/ está llena de fantasmas esta noche, que golpean y suspiran/contra la ventana y esperan una respuesta/ Y en mi corazón despierta una callada pena/por los muchachos olvidados que ya no otra vez/se volverán hacía mi a medianoche con un gemido.

Ahora bien, por qué cito poesía tan alta si este poemario se propone desde el título en adelante como un libro leve, descuidado. Quizás porque los temas son los mismos aunque en la jerga leve del rock and roll y todas sus variantes y subproductos. Poesía leve, sin autocensura, con todo lo antojadizo e irracional que implica enamorarse.

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