
Queda poco, a lo más 2 años, para conmemorar uno de los hechos más trágicos que vivió Chile en su historia reciente: el 11 de septiembre de 1973. Como se sabe, se puso fin de forma abrupta, deleznable e ilegítima al gobierno de Salvador Allende, primer socialista elegido democráticamente y representante de anhelos de justicia social e igualdad, pero dentro de los marcos de lo que permitía la Constitución de 1925 y las leyes. En los días posteriores, ocurrieron los hechos más macabros: se persiguió, reprimió, torturó y se hizo desaparecer a cientos de chilenos, que pensaban distinto y fueron víctimas de la ira de los grupos oligárquicos, que temerosos, no querían perder gran parte de sus privilegios, como el de los terratenientes, que se sentían herederos de una “casa grande”. A lo que apunto con esta introducción es ¿en el campo cómo se expresó esta represión y sistemática violación de los Derechos Humanos? Intentaré explicar esto.
Durante gran parte del siglo XIX hasta mediados del XX, en Chile existió la hacienda, una estructura socio-productiva que producía principalmente productos de chacarería y trigo. Pero lo relevante es la figura del hacendado, futre o terrateniente, que administraba una extensión de importancia, aprovechándose del sistema laboral, conocido como inquilinaje. Es decir, no se trabajaba por obtener un salario en dinero, se pagaba con especies como una tortilla que le llamaban “galleta”, un pedazo de tierra para trabajar y algunas reces o forraje. Sin embargo, a medida que entró en crisis el sistema productivo del campo, debido a la crisis económica de 1929, la producción del campo decayó. Este se tornó improductivo, al punto que se tenían que importar alimentos del extranjero, para poder suplir las demandas nacionales de alimentos.
La falta de inversión, la concentración de la tierra y vanos intentos fallidos de llevar a cabo la sindicalización de los campesinos de los campesinos, desde los años cuarenta y cincuenta, evidenciaron que el campo, los campesinos y sus familias, estuvieron postergada, además en una situación paupérrima. No tenían el mismo salario que los trabajadores urbanos, vivían en chozas y ranchos sin agua potable y sin las necesarias condiciones de higiene, pero las reformas electorales y el ascenso de gobiernos de centro e izquierda, como la Democracia Cristiana y la Unidad Popular, permitieron reformar la propiedad y llevar a cabo un cambio efectivo en la tenencia de la tierra, no sin antes existiendo una resistencia de sus antiguos propietarios.
Como dice José Bengoa, se pensaba erróneamente que el campesinado era sumiso, ignorante y manso. Que siempre bajaba la mirada, con sumisión ante sus patrones. Pues, se cometió un error, porque fueron siglos de abusos e injusticias, que eclosionaron y se evidenció violencia e impaciencia de los campesinos, fundamentalmente desde 1969 a 1971. Posteriormente, cuando un latifundio era expropiado, se transformaba en asentamientos, que eran trabajados colectivamente, hasta la entrega de los terrenos. La izquierda, buscaba el modelo de la revolución cubana y la Unión Soviética, con una colectivización de la propiedad.
A medida que estas iniciativas se hacían irreconciliables y se dividía el movimiento campesino, tanto a nivel de los sindicatos como a nivel de quienes se transformaron en pequeños propietarios, disputaban ser escuchados. Cuando vino el Golpe de Estado, vino el terror. En el campo, se escuchaba la voz metálica del presidente Salvador Allende, en radios, como decía José Bengoa. Uno de los primeros grupos que se reprimió fue a los campesinos, especialmente a los dirigentes que desaparecieron y hasta el día de hoy no se encuentran sus cuerpos. Los dirigentes que sobrevivieron, se les negó el derecho a recibir tierras y los que las recibieron, las perdieron al no permitirles adquirir préstamos para poder trabajar, vendiendo sus propiedades.
La historia de los campesinos, que muchas veces lucharon con ahínco, fue un proceso que fue duramente reprimido. Muchos eran idealistas, que no le hicieron daño a nadie. Merecen honor y justicia.