El pasado martes 16 de septiembre debutó en nuestro país la Ley Nº 20.770 que modificó la Ley de Tránsito, en lo que se refiere al delito del manejo en estado de ebriedad, causando lesiones graves, gravísimas, o con resultado de muerte. Esta normativa conocida como “Ley Emilia” en recuerdo de la menor de 9 meses, Emilia Silva Figueroa, fallecida luego que un conductor en estado de ebriedad se estrellara contra el vehículo en que la lactante viajaba, representa un clamor de justicia tanto de la familia de Emilia como de centenares de familias que año a año, veían como delincuentes al volante, ocasionaron graves lesiones incluso causando la muerte a inocentes, sin que la legislación vigente a la época contemplara penas ejemplares.
Ahora, quienes conduzcan en estado de ebriedad y provoquen lesiones graves, gravísimas o la muerte se arriesgan a penas que van desde 3 años y 1 día a 10 años. La normativa también introduce agravantes como manejar con la licencia cancelada o con prohibición de conducir, También incorpora la pena de cárcel efectiva, mínimo 1 año, pudiendo acceder a beneficios sólo tras cumplir 2/3 de la pena. Además tipifica nuevos delitos como fugarse del lugar del accidente, habiendo bebido alcohol o no, o bien negarse injustificadamente a acceder al control de alcoholemia.
Más allá de lo justo de la medida y esperando que nunca más existan casos de influentes personajes (vengan de donde vengan) que impidan que las penas se apliquen con el rigor que deben ser aplicadas, cabe una pregunta crucial, ¿Por qué esperar que sucedan tragedias como la de Emilia para actuar? ¿Acaso debemos esperar un accidente fatal en el transporte público de nuestra comuna para impulsar una “Ley Curacaví” en favor de los usuarios del transporte interurbano? ¿Por qué siempre esperar muertos para actuar? Esta típica conducta representa un enquistado problema cultural chileno, la cultura del garrote. Sin garrote, no hay cambios conductuales. Solo la severidad de penas y/o multas cada vez más extremas pueden modificar nuestras formas de actuar. Lo que nos debiera motivar un cambio conductual, es el hecho que nuestros actos pueden repercutir en otro. “Hecha la ley, hecha la trampa” dirá usted. He aquí otra forma cultural típica de nuestro país, que prefiere la enfermedad antes que su prevención.
La conducción en estado de ebriedad en nuestra comuna ha tenido un incremento significativo en el último año según la información de Carabineros. He de esperar que la entrada en vigencia de esta ley, genere verdadera “conciencia” sobre los daños irreparables que una conducta irresponsable puede producirle a nuestro prójimo. He de esperar que la Ley Emilia sea el comienzo de un nuevo trato entre los ciudadanos, un nuevo trato que valore los deberes a la par de los derechos.
CRISTIAN GALDAMES SANTIBÁÑEZ Concejal