Visitar al Tío Ñungo era como llegar a la casa de un personaje sabio y extraordinario; te invitaba a pasar y uno se iba adentrando en sus terrenos, recorriendo los distintos lugares en donde ovejas, vacas, caballos, patos, gallinas, gansos y perros se desplazaban cercanos a ti o en corrales.
Lo conocí hace un par de años (lamento no haberlo conocido antes)cuando un amigo me invitó a comprar quesos frescos donde la Sra. Chelita, y por alguna oculta razón, quizás porque la vida te hace jugarretas, desde el primer momento quedé ligada al lugar y a sus personajes, teniendo siempre deseos de volver en busca de una sencilla conversación o para fotografiar sus animales, pero también con la idea de escuchar, en sus propias palabras, su vida, su infancia, el Curacaví de antaño, sus orígenes chicheros, y con todo lo recopilado, armar un documento con este importante testigo de la historia.
No lo alcancé a realizar. Su enfermedad, el tiempo, que vuela y que de pronto nos tiene despidiéndolo para siempre, nos priva de importantes testimonios. Habrá que acostumbrarse a su ausencia: ya no podrá ver las hermosas flores del jardín. A lo mejor allá arriba arma una cancha para jugar rayuela, puede ser, por qué no. Pero para los que quedamos acá, ya no habrá chicha hecha por él y sus animales esperarán en vano su aparición por la puerta.
Sus familiares, amigos y vecinos y yo, por supuesto, lo recordaremos con admiración, por su larga, auténtica y generosa vida, propia del hombre del campo.