El invierno de 1986 fue especialmente crudo. Trajo los fríos del invierno de 1985 y sucede, en el hemisferio norte, es así no más: las temperaturas bajas de un año se escancian al otro de manera similar al trasvasije del calor entre el 31 de diciembre y el 1ero de enero en nuestras latitudes.
Lena fue a una representación brindada en un sótano de la casa de estudiantes ubicada en la Lessigstrasse. Yo vivía en un gran edificio de 14 pisos en Ginnheimer Landstraße 40, distante a unas 15 cuadras. Ahí estaba yo de de colado y de colado también, me senté al lado de Lena, quien me saludo y yo no supe qué decir. De correcto alto alemán igual tenía el acento del sur. “No hablo alemán” le dije muy lento en una mal pronunciada frase: “No Deutsch” y ella me empezó a hablar en inglés. “No English”, le repliqué. Solo español y francés, le comenté y ella se presentó en francés. De esa manera nos conocimos y no terminamos de ver la representación teatral. Nos largamos de allí en el intermedio y fuimos a un Keller (un sótano) a escuchar jazz, charlar y beber. Conversamos un montón, de corrido. Ella venía de una familia campesina de un sector entre Nüremberg y München y estudiaba lingüística en la JW Goethe Universität. Le gustaba leer, caminar, ir a ver a su familia (sabía hacer embutidos según recuerdo, me comentó) y tenía un timbre en su risa algo conmovedor. Una de sus frases fue: “eres raro.. pareces irlandés y hablas el francés como si fueras un marrocano o argelino”. Supongo, eso fue un cumplido.
Lena escribía y yo lamento aun no haber entendido nada. Me leyó en una ocasión un relato suyo y me tradujo el contenido. El asunto iba sobre el desarraigo. Ella no se sentía bien en Frankfurt y echaba de menos su entorno rural. Solíamos caminar por el Grüneburgpark e hicimos presencia en unas tardes primaverales todavía recuerdo: su delicadeza en el trato, la consideración y cierta manera de flirtear entre un tipo como yo y una chica como ella: ambos desarraigados.
Terminamos amándonos y durante un tiempo, buscamos la manera de vernos en las pausas, no se: ir a comer al casino, juntarse en una parada de metro para saludarse, dejar mensajes en los libros (yo sabía qué libro leía ella en la biblioteca y dejaba un papel con alguna frase escrita. Luego ella la devolvía cuando yo encontraba papeles escritos con su letra y puño en los bolsillo de mi chaqueta o en el casillero de la correspondencia. Si, no hace tanto, todos escribíamos cartas y luego las despachábamos por correo). Una de las últimas veces, estuvimos sentados en el pasto de la Bauverein Katholische Studentenheime, donde ella vivía. Esa tarde, me regaló una botella de vino tinto de su región: un Rudolf Fürst Franken Spätburgunder, que yo prometí guardar por siempre, pero me la bebí toda al día siguiente. Fue cuando temprano, me comenta, la pilló su novio, con quien iba a contraer matrimonio y ella no supo decir qué caracoles hacía yo en su vida. Al teléfono me comenta esa parte de su historia, ella mantuvo en reserva. Le pregunté: amas a tu novio?. “No se”, me dijo y en esa llamada telefónica con pausas largas larguísimas, me fue contando la vida de Aza (ese es un nombre, jamás olvidaré): huérfano de padres, tíos y casi toda su familia gracias a una avanzada del ejército turco en una región kurda, en Turquía. Participó desde niño con su grupo de sobrevivientes en acciones armadas y a los 17 años fue herido con esquirla de mortero. Llegó a Alemania a estudiar y estaba a punto de terminar química. Recuerdo, me dijo estar confundida y no saber qué hacer. Yo también estaba confundido pero si sabía qué hacer: por ningún motivo iba a entrar en una disputa severa, como lo hacen a veces los chicos cuando se enfrentan en una trifulca por una chica. Me sentí cobarde y en medio de toda esa tristeza y temor, me bebí casi de una la botella regalada por Lena la noche anterior.
30 años después, en este invierno casi cruento, veré con Germán algunos Pinots de Casablanca y empezaremos por la recomendación de Carolina Alvarez. Ella me dice “yo no se nada de vinos, en comparación con mi sobrina, pero el EQ de Viña Matetic, lo recomiendo siempre”. Germán me pidió le eche una mano con información técnica y anécdotas sobre Pinots para incluirlos en el relato “Residencial Ema”, “un hermoso proyecto con algo de emprendimiento y utopía. La residencial la regentaba un viudo de aproximadamente 55 años, decidido a vivir una especie de sueño que había dejado inconcluso su esposa: crear un refugio en un contexto colonial rural, que a la vez fuera una biblioteca con una pequeña cava para gente que escribe y ama la lectura, el silencio y los vinos. Un oasis de tiempo detenido. La idea de él era que en ese lugar el tiempo transcurra de manera distinta, como el proceso de un vino o un libro”, me comentó Germán.
En una nota (aun en etapa de corrección) que llegó a mis manos, se lee, “La residencial, estaba ubicada en el sector de la estancia Los Perales de Tapihue, por lo que también contaba con una receta de empanadas y licor de pera, aunque la característica principal del lugar era el silencio, primeras ediciones de poesía chilena, cierto aire de museo y una pequeña cava con vinos y cervezas. El origen del lugar es el siguiente: para el año 1577, el entonces Gobernador Rodrigo de Quiroga, entrega estas tierras a Alonso de Córdova, por donde pasa la ruta obligada de los peregrinos en tránsito a caballo desde Santiago a Lo Vásquez en lo que hoy es una rama de la Ruta del Vino. Así nació el refugio, como un oasis para los convoyes que dejaban biblias, mapas y libros varios, que con el transcurso de los años, terminaron constituyendo una biblioteca, en las manos del residenciero Jorge Ramirez”.
Yo espero, encontrar la parte todavía extraviada de unas estrofas escritas para Lena, pero es un imposible. En una ceremonia privada frente a mis cajones o cajas con cosas, o tal vez, en algún cerro de la comuna como El Mauco (en el límite entre Curacaví y Casablanca). El viento siempre se lleva los papeles a alguna parte. Me gustaría beber un trago de Pinot en honor a nosotros mismos, leer el escrito imposible de encontrar o rehacerlo a partir de algún recuerdo, no se, su risa, su desarraigo, o el tono de su voz y tratar de ubicar el sector donde está o pudo estar la Residencial Ema para soltar algunas carcajadas porque recién hace poco, cacho, el Pinot y el Spätburgunder, son la misma cepa.