
En alguna ocasión compramos pan amasado a una señora dulce cuyos ojos eran maternales y limpios a pesar de lo que supe después, cuando me contaron parte de su historia como una declarada allendista. En sus ojos y su serenidad no había nada de rencor ni resentimiento ni huellas de una vida realmente difícil. Había sido allendista porque hasta ese momento ella y sus hijos habían vivido muchas veces en la calle o en las peores condiciones, y el gobierno de Allende le otorgó una dignidad, una vivienda, leche para sus hijos. Por ese motivo siempre fue de apoyar el proyecto que otorgó a muchos chilenos su humanidad más básica. Que los consideró ciudadanos.
Es difícil para quienes son más jóvenes o quienes no vivieron los años previos al proyecto popular, comprender las condiciones en que vivían los chilenos. Algunos no lo creen, piensan que es un retrato social exagerado. Pero muchos recuerdan el barrial de los campamentos, la gente durmiendo bajo el Mapocho, la pobreza más sórdida. Mucha gente se muestra incrédula porque durante años se trató de barrer bajo la alfombra ese retrato del país.
Ese Chile seguía existiendo mientras la televisión y los medios en dictadura no lo mostraban. Y luego en la llamada transición democrática nadie quería hacer memoria ni tener malos recuerdos porque el exitismo de los años noventa no quería mirarse en su espejo roto que le devolvía y le recordaba una imagen deforme. Nadie recuerda, todas esas instalaciones humillantes: Lavin echando agua con un par de avionetas para hacer creer que terminaría con el smog en Santiago, el ridículo botón de pánico, esos guardias vestidos como policía canadiense completamente extraños en un paseo ahumada que mostraba las grietas del sistema.
Hay algo que no puede jugar en contra de nosotros mismos. Algo que deberíamos erradicar confiando en gente que tuvo experiencia y que fue testigo de un Chile que sería material para un documental, gente que de verdad conoce la realidad de la gente de trabajo. No podemos desconfiar de nosotros mismos, de nuestras madres y abuelas y padres que sí vieron y conocieron la historia reciente de este país y que fueron sus protagonistas. Ese es el miedo que hay que vencer. La creencia absurda de que alguien adinerado no va a robar porque cuenta con medios. No es así, quien tiene poder y dinero sólo quiere poder y dinero. Pero tenemos que detenernos y considerar la experiencia de quienes han tenido que sobrevivir de las formas más creativas e insólitas. Son estos últimos quienes conocen el corazón de las necesidades, son ellos las señoras raqueles a las que tendríamos que considerar en las horas decisivas.
German Carrasco Vielma es escritor: www.germancarrasco.cl
Amigo si va hacer campaña , a mi abuela investigue bien porque casa nunca hemos tenido eso gracias … No hay que faltar a la verdad