Un día cualquiera

Fecha:

dedicado a K de la V

Dos días antes de las últimas elecciones municipales, en su tercera entrega, el chofer-emprendedor Jacinto Soto Traquileo lleva los cilindros de gas licuado por un recorrido diferente, donde hay mayor dotación policiaca en las esquinas y unos perros callejeros, siempre lo corretean. Existe una cierta costumbre en las personas de Mauco-Caren, un lugar bajo los cerros de Curacaví, para no inmutarse. No son unos caras de palo, pero pudieran serlo. Conviven en el lugar la última tecnología imaginable con una estética anclada en los años 40 del siglo XIX. Los buses, hacen una parada de medio tiempo en su viaje al inframundo, cargados de pasajeros y sus ataúdes. Por fuera parecen desteñidos y antiguos pero cuentan con todo un kit de conducción autónoma, sumado a un sistema de amortiguación de última generación. Vivimos tranquilos, reza en la normalidad pueblerina pero hoy, ante lo inevitable, algunas personas se preparan  y otras toman palco; para presenciar una reoganización en la gestión territorial, hace rato se respiraba en el ambiente. Jacinto estaba en eso, a la espera de informar desde el mensajero 1, -su persona-, al 2, en este caso: el estafeta freelance Florencio Iglesias o Cara de Bulldog.

Al verse comienzan ambos un acercamiento sin dejar de inspeccionar hechos barriales. Jacinto aprendió a chequear si lo siguen, mientras fue un soplón pagado de los Ratis. Allí conoció al propietario de la “Distribuidora de Gas El Calientito”. También estuvo detenido por defender con algún éxito las “4 esquinas del Casino Las Vegas”, apodo sacado de series extranjeras para designar a un conjunto de negocios: una distribuidora de pan, el Minimarket de Calle Javiera Carrera, la botilleria clandestina “Los Cuchillos” y “La Pélícula”, prostíbulo disfrazado de Hostal para viajeros a cargo de “La Guatona y la Brujita”, dos tipas con cancha y experiencia, dedicadas a decir a las nuevas, por el momento, muchas migrantes indocumentadas junto a un número cada vez más creciente de menores de edad adictas a la pasta base: “oye, esto ni duele ni gusta si lo haces bien”, y se van de lengua con los trucos.

Su segundo contacto es el pelao Iturra, ex empleado bancario. Siempre tiene los ojos cerrados, una vez esté todo chequeado. Hombre de pocas palabras y muy rápido con armas blancas y cortas. No soporta el olor a tabaco y guarda en cualquiera de sus bolsillos, algunas almendras, del almendro de su patio, lugar no muy grande y ámbito de violaciones. Es buen tirador. Combina su actividad de inteligencia barrial, con la dedicación a inventar posibles hechos, para cachar qué pasa o por simple divertimento. Después de un tiempo, ofrece una solución, o da análisis, siempre a buen precio. Tiene una familia con la cual no se relaciona. Su perro, un quiltro grande y bravo, es quien lo acompaña y ladra cuando algo pasa. Entonces Iturra, abre los ojos, observa todo aquello no cuadra en la escena y hace unas señas, más allá alguien las ve desde otro lugar. Luego, la cosa sigue o no sigue.

En sus vueltas planificadas por el barrio, el dueño de la “Distribuidora de Gas El Calientito”, Cristian el hijo de Hernán -asi gusta le llamen-, lleva sus lentes Ray-Ban de los años 70 y un jockey vizcarro, heredó de su abuelo, quien lo robó a su primera víctima, antes de cortarle la cabeza. Pese a la influencia de el, Cristian el hijo de Hernán tomó distancia de todo hecho violento y se dedicó a leer sobre economía. Alguna vez pensó en estudiar al menos, administración pública. Sucede, nunca se sabe cuando algo bien aprendido, te puede ser muy útil. Mientras, Cristian el hijo de Hernán ya lo tenía claro: “Esto se puede hacer sin atados, ni sangre ni prisión, muchas monedas y sobre todo, desde un cargo de representación popular”, diría a Jacinto en la parte norte de la plaza barrial, cuando coinciden, una vez no vean nada sospechoso. No se sabe a ciencias ciertas, cuándo Cristian el hijo de Hernan cayó en la cuenta sobre lo siguiente o más en concreto, de la enorme particularidad logistica de Mauco-Carén, en aras de mejorar la cadena de suministros: «Estamos situados bajo los cerrros de Curacaví, relegados a existir permanente en la clandestinidad, ergo: nunca nos pillarán. A este lugar se llega y se sale por distintas rutas, muchas, donde hay poca policía.. y ni siquiera deben ser corruptos… es suficiente con la poca dotación», se repitió durante años hasta estar 200 veces convencido.

Para el Cara de Bulldog, es importante, esté el Hombre Araña a la entrada de un boliche, en el centro de Mauco-Carén. Cuando no es así, entonces el Cara sigue con el plan de la ruta trazada, pero cambia el contenido del mensaje. El Hombre Araña es también el Gato, un alcohólico de siempre, se acostumbró a beber con su padre, cuando todo esto era una extensión de la Hacienda Mauco-Carén y los habitantes del pueblo estaban registrados en su contabilidad como inquilinos. Sin embargo, ese día la policía militarizada de Carabineros o los Pacos, desplegó hasta la plaza a su infiltrado: el Cara de Bulldog o Florencio. El no quería, no obstante los Pacos, se la dejaron clara: «los soplones siempre mueren».

La Masacre

A su regreso, Florencio advierte: el Hombre Araña no está y lo ubica al interior de un móvil del GOPE. Se pone nervioso. El perro del pelao Iturra ladró, pero este no abrió los ojos, por un paro cardiorespiratorio fulminante cuya duración fue de un segundo. De casualidad pasaron por ahí la Guatona y la Brujita; venían de comprar en la farmacia, nada no tuviera relación con su hostal: condones y Clotrimazol crema. Alcanzaron a caminar un poco, previo a un saludo con el pelao Iturra, quien, por cierto, ya no podía responder. Jacinto sentado en su camioncito lleno de cilindros de gas vacíos, observa desde una esquina y espera, antes de la masacre, el arribo de “la otra banda”; unos vecinos jóvenes bien organizados, de disparo fácil.

La balacera no se escuchó pues en Mauco-Carén narcos y policías usan silenciadores debido a una ordenanza municipal. Cristian el hijo de Hernán debió haber muerto en esa trifulca, pero sale ileso, se percata de los fallecidos y heridos, salva para contar la historia, recordar a su abuelo, consolidarse como el nuevo mandamás hoy y el futuro alcalde pronto y seguir con la promesa hecha: “no matarás”, para darse cuenta, como siempre: los Pacos arrancaron primero; pero en realidad solo se fueron antes y así, después de las elecciones, tratar con la nueva autoridad, “el que la lleva”: él.

Nota del autor: todo es ficción, excepto cuando no lo es.

Leonel Gatica Cardemil
Leonel Gatica Cardemil
Leonel Gatica Cardemil tiene su enseñanza secundaria completa, la situación militar al dia y la papeleta de impuestos pagada, pero no todos los impuestos y sin muchas ganas. Ha publicado un solo libro: Palabras destiladas ante el silencio de tus ojos en Frankfurt/M y Milan. Participó en los talleres literarios de Carlos Ernesto Garcia en Barcelona; con el Prof Italo Santoro de la Universitaet JW Goethe y en creación y apreciación estética con Germán Carrasco Vielma en Stgo de Chile.

6 COMENTARIOS

  1. Buena historia, no te suelta, me gusta el lenguaje empleado. Los personajes pareciera que los puedo ver a como son.
    Felicitaciones Leonardo

  2. Es cierto eso: todo es ficción hasta cuándo ya no lo es… Y todo es realidad, excepto cuando no lo es….

  3. Se lee bien la ficción…. Exagerado según mi opinion pero también puede ser MaucoCaren está debajo de Casablanca

  4. Nunca pensé que Cristian el hijo de Hernán llegaría a ser alcalde…¡lamento este trágico final!!!

  5. me encantó, entretenido, cautivante………y si, a veces la ficción se parece a la realidad y la realidad a la ficción……

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