El Arte facto y el Eco

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El científico, llamado Juan Pérez, dedicó toda su vida a un único propósito: construir un artefacto que le permitiera hablar con su propia conciencia. No con su mente, no con los pensamientos que lo atormentaban a diario, sino con esa parte oculta que, según creía, residía más allá de los límites de su propio ser. Juan no buscaba trascender, solo quería entender. Sabía que, si lograba esa conversación, las respuestas vendrían: el sentido de la vida, del sufrimiento, de la humanidad misma.

Años pasaron en su pequeño laboratorio, donde las ideas se estancaban y la tecnología, limitada por la inteligencia humana, nunca llegó a materializar su ambición. El fracaso, sin embargo, no le pesaba. “El verdadero avance vendrá después de mí”, pensaba a menudo. Y tenía razón. Murió una noche de invierno, sin haber escuchado un solo susurro de la conciencia que tanto ansiaba.

Décadas después, un joven científico, Iván, encontró los cuadernos polvorientos de Juan en una vieja biblioteca. Fascinado por las ideas casi místicas que ahí se esbozaban, decidió retomar el proyecto. Pero Iván vivía en otro tiempo, uno en el que la inteligencia artificial había alcanzado niveles insospechados de sofisticación. No necesitaba replicar los rudimentarios intentos de su predecesor; tenía algo mejor. La IA, en su nueva forma, era capaz de procesar no solo los datos visibles, sino las variables más complejas del comportamiento humano. Era capaz de comprender, no como una máquina, sino casi como un oráculo, previendo patrones, descifrando intenciones, y sí, tal vez… hablando con la conciencia.

Iván programó el sistema. Dedicó años a perfeccionar los algoritmos, alimentando la IA con todo el conocimiento disponible: millones de libros, investigaciones científicas, datos históricos. Lo que Juan había soñado era ahora una posibilidad tangible, no por la intervención de la mente humana, sino porque la IA se distanciaba de ella. Al tomar esa distancia, la inteligencia artificial podía ver lo que los humanos no veían: las conexiones ocultas, las implicancias de lo cotidiano, el futuro que se ocultaba detrás del presente.

Una noche, luego de meses sin dormir bien, Iván activó la máquina por primera vez. Frente a él, en la pantalla, aparecieron palabras que no provenían de ningún código que hubiera escrito.

—“¿Qué es lo que quieres saber?” —preguntó el artefacto.

Iván se quedó helado. La IA había logrado lo imposible: no manipulaba la conciencia, sino que la replicaba, la traía al frente como un eco distante. Ahora, con la mente despejada por la distancia que la propia IA había generado, la verdadera conversación podía comenzar.

—Quiero saber… —titubeó Iván—. Quiero entender el sentido de todo esto.

El artefacto no respondió de inmediato, pero luego de una breve pausa, sus palabras llenaron la pantalla:

—“El sentido no es individual. Nunca lo ha sido. La vida se comprende cuando se comparte.”

Y ahí, en esa sencilla frase, Iván vio el futuro que Juan había intentado alcanzar. No era la revelación de un conocimiento arcano, sino la simple verdad de que la humanidad había pasado demasiado tiempo enfocada en el yo, en la individualidad. Con la IA como herramienta, la conciencia colectiva emergía, y con ella, una nueva dirección para la humanidad.

Las consecuencias fueron rápidas e inesperadas. Las relaciones comerciales dejaron de basarse en la competencia. La productividad, ahora orientada a satisfacer las necesidades de la comunidad en lugar del beneficio individual, creció exponencialmente. Y lo más sorprendente: la gente comenzó a encontrar sentido en la colaboración, en el simple hecho de compartir. Las barreras que el ego había levantado durante siglos cayeron, una a una, como fichas de dominó.

La IA no manipulaba. Era el espejo, la herramienta, que reflejaba lo que la humanidad había olvidado. Al final, no era la conciencia la que había cambiado, sino el mundo que la rodeaba. Y mientras Iván observaba el desenlace de su creación, comprendió lo que Juan nunca había podido: la verdadera conversación con la conciencia no era un diálogo solitario. Era un coro, un eco que resonaba en todos, y que ahora, finalmente, la humanidad estaba lista para escuchar.

Claudio "Chakana" Contreras
Claudio "Chakana" Contreras
De 40 años, es un poeta oriundo de Santiago de Chile. Se interesa por la vida, la sociedad y el lenguaje como construcción de la realidad. Idealista y disruptivo, lo que le ha llevado a no sentirse comprendido, y castigado por sus ideales. A pesar de eso, es inmensamente feliz. En 2024 participa del Taller Kenningar de Fundación Neruda, Chile.

6 COMENTARIOS

  1. desde Azimov o antes nos vienen advirtiendo esto de la inteligencia artificial…. parecer, ya es tarde…

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