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Un once de septiembre de 2023, muere el Jefe de Carrizal.

Orlando Bahamondes, fue Pedro en la clandestinidad, Sergio en las calles de Cuba, Caballito para todos sus amigos y hermanos quienes lo quieren y quisieron.

Desde hace más de setenta años, un día cualquiera salió caminando desde los parajes más fríos que existen en lo más último de Nuestra América…, donde siempre hay escarcha. Tal vez ese, su inhóspito terruño de Puerto Natales le obligó a forjar una sonrisa eterna, un rictus de hombre bueno, una ternura apacible para todos quienes le rodeaban. Quizás escogió todo ese ser, por no encontrar otra manera de vivir durante toda su niñez y juventud, donde existe poca gente, y por meses permanecen en encierros obligados.

Estos cincuenta años que se agolpan hoy, sorprendieron a Caballito en Temuco, en momentos en que aún era un adolescente. Tierra de mapuches quienes jamás notarían sus ojos verdes y piel rozada. Hoy lo llora con dolor uno de sus más genuinos hermanos, el Indio Paine, como él le solía llamar. Con Painecura y con todos ellos luchó por los sueños…, por las esperanzas que un día había lanzado Salvador Allende, en su peregrinar electoral por las tierras del sur.

Caballito le creyó y se puso una camisa amaranto de la “Jota…” y tal cual un juramento, una promesa a los santos…, nunca más abandonaría esas esperanzas lanzadas por aquel Salvador terrenal venido de la capital.

No duró demasiado después de la hecatombe del 11 de septiembre de 1973. La democracia liberal burguesa saltaba en mil pedazos por quienes hasta hoy juran defenderla. Como muchos ingenuos, jamás sospechó que había otros chilenos capaces de provocar tanto dolor y terror a sus pares…, y por demasiado tiempo.

El asunto de los milicos no era de corto aliento como su Partido decía. Se jugaba “al duro”, había que destruir de raíz esa “democracia” que peligrosamente apuntaba a favorecer a los desposeídos de siempre. Y al estudiante aun Orlando, quien jamás imaginó que cambiaría su nombre, por el sólo hecho de seguir a aquel Salvador…, por el color de su camisa amaranto, y por andar haciendo rayados y reuniones a escondidas…, fue a parar a la cárcel en noviembre de 1973. Y sí, lo torturaron, pero eso es licito para los nuevos salvadores. Y como a una mayoría, por razones que nunca supo, fue saltando de uno a otro campode concentración, hasta llegar a Tres Álamos. De allí, por presiones internacionales, junto a otro grupo de presos, fue expulsado a Panamá en septiembre de 1975.

Pero no se quedó en esa nación. Tenía grandes perspectivas de vida en el país canalero. Habría tenido un futuro apacible. Nadie lo obligó, prefirió, junto a un pequeño grupo de otros orates, irse a Cuba en noviembre de ese mismo año 75, no a sus playas, iría a los cuarteles a preparase en la vida militar…, cuando Chile entero aún permanecía aplastado y sangrando. Y su partido, tal cual cristianos en las catacumbas, aún no readecuaba su centenaria forma de lucha no armada.

No obstante, aparecieron discordantes propuestas desde Cuba, sospechando que la democracia “tutelada”, era al más largo plazo. Y Caballito se vistió de verde olivo y pasaría todas las peripecias de un estudiante y luego oficial de las Fuerzas Armadas de Cuba hasta 1979. No pocas veces anduvo por algún tejado buscando a soldados desertores, o brillando en maniobras militares con su compañía de infantería. El teniente Orlando Bahamondes aguantó estoico esos años donde corría por los campos cubanos simulando combates cuando en Chile desaparecían a sus dirigentes y un oficial comunista con cinco años de preparación aún no tenía ninguna cabida en su tierra natal.

“Y llegó el Comandante y mando a parar”, dice un conocido estribillo del cancionero cubano. Un día 9 de mayo de 1979…, en un abrir y cerrar de ojos Caballito junto a sus pares, forma parte de una brigada internacionalista creada por Fidel. A Nicaragua se fueron a cumplir el sagrado deber internacionalista de un revolucionario. Este axioma, para los salvadores de la patria, es indescifrable, significa arriesgar la vida, sin que por ello paguen un peso. Allí no podía faltar Caballito. Y combatió contra la guardia somocista en el Frente Sur, y triunfó el 19 de julio de ese mismo año, y al siguiente día entró triunfante a Managua.

Poco le duró la paz en la capital, pues luego debió seguir al norte a la frontera con Honduras donde trabajó en la construcción del nuevo Ejército Popular Sandinista, y en los aprontes para la defensa de la revolución triunfante.

Caballito, como otros, no se quedaron a solazarse en el triunfo. Con ahínco se dedicaron a buscar soluciones para irse a Chile. Felizmente su partido ya estaba buscando esos caminos justamente a partir de un nuevo diseño enunciado en 1980. Se caratuló como Política de Rebelión Popular de Masas. Un paso de avance aún en ciernes. Dos años costó que le permitieran a Caballito y a estos oficiales que vieran la posibilidad cierta de ingresar a Chile a luchar contra la dictadura. Se la jugaron por ello. A mediados de 1982, junto a un selecto y pequeño grupo, Caballito se va a La Habana a prepararse en la lucha clandestina. Pero no era asunto de fácil solución. Pudieron irse a Chile recién en mayo de 1983. Llegó luego de diez años de espera y formación. Él junto a Raúl Pellegrin que sería el Jefe de la organización, más otros tres oficiales, fueron los primeros miembros del PCCh, que unido a militantes del propio país que venían realizando las primeras acciones combativas, fundarían el FPMR en diciembre de 1983. Todo bajo la cobija del PCCh.

Seis años permaneció como “Pedro” en la lucha clandestina. Hizo de todo, obligado en tan complejos asuntos que tiene este tipo de lucha…, sin par, al lado de lo vivido en Nicaragua donde perpetuamente tenía un fusil en su mano y sabía dónde estaba el enemigo. El FPMR desde el nacimiento como organización armada, que tenía como principal tarea el apoyo a la lucha popular, Pedro fue jefe de la logística. Mucho más rigor debió desplegar en este tipo de lucha al responder por todos los aseguramientos materiales de la novel organización. Cientos de historias estaría contando de aquellas peripecias de trasiego de armas y medios de combate por las narices de los pacos y la CNI.

A inicios de 1985, por su capacidad de organización y seguridad en sus acciones, por su estilo de trabajo, por el manejo de sus subordinados, por su notable estabilidad personal en el trabajo clandestino, -entre otras aptitudes-, sería designado como Jefe de la Operación de Carrizal, para lo cual se organizaría una estructura independiente subordinada directamente a la Comisión Militar del PCCh dirigida por Guillermo Teillier. La operación logística internacional de traslado y guarda de armamento más grande que existió en la lucha contra todas las dictaduras de sud América. Una odisea político-militar con escenarios de altamar y desiertos, donde Caballito, independiente a la caída del armamento en 1986, demostró todas sus cualidades de hombre decidido, capaz y seguro en la lucha contra la dictadura. Pedro, sin cortapisas asume su responsabilidad en los hechos relacionados con la caída del armamento, según sus declaraciones aparecidas en el libro “Carrizal, las armas del PCCh, un recodo en el camino”. Pedro nunca sería descubierto por la CNI.

Carlos Tato Ayress y Orlando Bahamondes, «Caballito». Foto perfil Facebook de Carlos Tato Ayress

En 1988, cuando la solución negociada a la existencia de la dictadura era un hecho, cuando comenzaba un período de largo plazo bajo la Constitución del 80 y un modelo político económico que en esencia perdura hasta hoy, Caballito sale del país y se radica en Cuba. Uniéndose al poco tiempo con su familia.

Aunque luego cumpliría algunas otras tareas en el exterior para un reducido FPMR autónomo, es en Cuba, donde Orlando, Caballito, Pedro… se unirían como Sergio…, para sus vecinos de Alamar, el barrio por excelencia de los chilenos exiliados en Cuba. Aunque vivió sus últimos años en una paz relativa, nunca lo abandonó un pesar oculto por todo lo sucedido. No obstante, vivió en calma, siempre con la sonrisa en su rostro y añorando el frío del extremo sur de Chile, desde aquí en las tierras donde siempre hay sol.

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