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Germán Carrasco Vielma

Germán Carrasco Vielma

URL del sitio web: http://www.germancarrasco.cl

Los oídos no tienen párpados

Puse en google Bach y me arroja bachata. Me tomo un shop y se me instala el evangélico más integrista con un altavoz al lado. Algo pasa. Estoy a algunas cuadras del Hipódromo y el Estado Santa Laura. En el Hipódromo tocan varias bandas que hace veinte o treinta años me habrían hecho pasar la noche fuera del recinto para ocupar un buen lugar. La gente viaja de países vecinos para asistir. En esta ocasión me resulta todo ruidoso. Por el hecho de vivir cerca, tuve que escuchar por obligación. Hace veinte años habría trabajado de copero para comprar la entrada, pero en este caso tuve que ponerme tapones de espuma y unos audífonos encima, tratando de sellar. Solo entraría a la íntima oscuridad de mi cuerpo y muy despacio la música que yo eligiera. Procedí. Pensé en poner sonidos de lluvia, último recurso. Luego pensé que era una blasfemia ocupar algo como el concierto A la memoria de un Angel de Alban Berg pero esa fue mi opción. Pedí perdón a la imagen en la pantalla de Berg. Luego de haber escuchado por tercera vez el concierto y de haber visto las entrevistas a Boulez sobre el tema, me saqué los audífonos torturantes y luego los tapones: el concierto en el Hipódromo continuaba. Un verdadero trabajo estar de pie toda la tarde viendo a las bandas. Pensé en las cosas que hace uno cuando adolescente, en mi generación al menos, de suerte que varios estamos vivos. El recital continuaba pero esta vez me hicieron cierta gracia unos bronces con guiños humorísticos, una mezcla entre Bobby Lappointe y Bregovic. Era risa, humor: las dos características más ausentes y más castigadas en el arte y la literatura chilena.

La música, el arte y la poesía pueden ser una invasión. No me gustan las invasiones. Huyo corriendo del neobarroco, del carpetazo académico, de la ocupación de espacio, la toma a mano armada del auditorio, la performance alharaca, el poema avasallador, la policía en que se convirtió lo que debía ser una herramienta emancipatoria que nos liberaría del patriarcado. La sed desmedida de poder y el afán enfermo de figuración. El ruido. Prefiero la palabra que se conquista a sí misma, hacia adentro, el puma que hace cripsis en las rocas, la lechuza blanca que hace cripsis en la nieve. La piolez.

Paréntesis sobre la cripsis. Mimetismo y cripsis. La diferencia entre estos dos conceptos está en que en el mimetismo un ser vivo se asemeja a otros de su entorno y en la cripsis el ser vivo se asemeja al propio entorno donde vive. Ambas son estrategias de supervivencia. Encriptar. El puma no tiene ningún tipo de poema en su piel. Su piel es gris, llana y silenciosa como las rocas en las que se confunde en el silencio de la montaña. No hay ningún poema ahí. Hay silencio. El puma, a diferencia del tigre, no tiene la caligrafía de dios en su pelaje. Tampoco manchas de leopardo que también podrían ser la puntuación o algún tipo de timbraje divino. No hay ningún poema en la piel de los pumas que hacen cripsis para sobrevivir. Para evitar la masacre.

Si uno vive cerca de un Estadio necesariamente escucha, le guste o no, desde el descerebrado de Tom Araya hasta alguna cosa de protesta deprimente o ridícul o un predicador estilo Rex Humbard a un festival de cumbia o trap. Cualquiera que no viva en un barrio residencial sabe cómo hay que tragarse inevitablemente la salsa de los hermanos centroamericanos. Y no se trata de Colón con Lavoe o Fania All Stars, que sería genial. Lo que escuchan es otra cosa. Mi consumo de tapones de espuma se triplica, son desechables, su mal uso crea un tapón interno en el oído que produce un dolor de cabeza insoportable. Averigüé en la desesperación que habían algunas especialistas que van a domicilio con una jeringa descomunal estilo medioevo y una bandeja en forma de riñón a sacarle el tapón de cera que alguna gente produce. ¿Por qué hay gente que produce más cera en los oídos que otra? ¿Acaso porque la sabia madre natura no quiere que escuchen barbaridades por el solo hecho de caminar un poco o toparse en una shopería con un televisor encendido? Recuerdo un poema de Hernán Miranda

El vecino ciego se esmera en dejar relucientes
los vidrios de la ventana como yo nunca lo he hecho.
Pasa el paño escrupulosamente una y otra vez
y luego palpa con la mano. Y al parecer por el tacto
(o quizás por el oído) descubre dónde queda suciedad
y vuelve a pasar el paño limpiador.
La ventana al fin resplandeciente
dejará pasar ahora toda la luz hasta el reino de las tinieblas.

Hay cierta sabiduría de la natura y cierta belleza en el Alzheimer, en no recordar. En esas ancianas que se pierden en sus rosales. Conocí una, divina, sin alzheimer, que disfrutaba las galletas de cannabis que su hijo le conseguía para los dolores y se quedaba en diálogo con sus plantas. Era de apellido intimidante y le gustaba ir a güeviar a sus parientes pidiéndole a su hijo, un militante comunista, una polera o algún distintivo del PC. Me ofrecía cerveza o tintito o blanquito apenas llegaba a esa casa. Hay algo bello en el alzheimer o en perder algún sentido, en no querer cargar la pesada carga de recuerdos. O en una anciana volada en diálogo con sus plantas. Borges decía que su ceguera había operado como una antología que sólo le permitía releer lo que de verdad le interesaba, y que lo demás era macana, esa fue la palabra que usó en un encuentro en México. Mi hermana me preguntó preocupada un día, “¿por qué no llevas las gafas puestas?” Le dije que no quería ver tanto, y sonrió. Pero no por misantropía. No es en absoluto esa amargura que se nota en directores de cine o teatro, actores o lo que sea que desde los cuarenta y tantos años dicen en sus entrevistas que ya no quieren escribir ni filmar ni trabajar en equipo, que están decepcionados de esto y lo otro, que no les gustan los graffitis en no sé dónde y poco menos que quieren pasear en victoria por Viña en donde se perdió el café Samoyedo y no sé qué más. Aparecen sus entrevistas en la prensa cada tanto. El famoso viejoculiadismo. No, lo mío nada tiene que ver con esa actitud melindrosa, donosiana. Supieran lo que es trabajar duro en un restaurante, en un jardín no domesticado, lo que trabaja una compañía de cineastas de guerrilla en una pobla, las profes que hacen clases en colegios con niño en riesgo social. Sacar a un solo niño del riesgo social y dejarlo adicto a la biblioteca vale más que una performance hecha, muchas veces, con aviones y sumas millonarias del Estado. De hecho, es de esa actitud apática de no querer vivir o viejoculiadismo pero en otro contexto donde nace la misoginia. Hagamos un paréntesis sobre la misoginia.

El cuento es corto: Había una vez una pareja. Ambos tenían belleza e impulso y se casaron. Habría servido tener buenos hábitos de consumo cultural para ambos pero no era el caso. Ella quería un estilo de vida que vio en la televisión o en alguna parte y que él no puede darle. El se frustra. Se pone a beber con sus amigos que comparten la misma experiencia y, lamentablemente --habría servido tener ayuda en salud mental pero ni pensaron en el tema- dejan de hacerse cariño, abandonan –pésima idea- las artes de la carne. Ninguno de los dos tiene apetito. El comete el error, un acto bastante poco varonil para mi gusto, de comentar el tema entre varones. Juegan pool en una catacumba oscura. Se secan, les sale joroba. Se convierten en reptiles que no creen en los cambios políticos –han sido decepcionados demasiadas veces- ni en el amor ni en absolutamente nada.

La búsqueda de silencio no tiene que ver con ningún tipo de misantropía porque todos disfrutamos los sonidos de los niños en una plaza, el canto del chercán, el Charlie Parker de los pájaros, las instrucciones a grito pelado en un sparring, las conversaciones en el Metro que escuchamos sin ser descubiertos. Es simplemente un amor al silencio y al sonido natural de la ciudad que John Cage amaba más que una sinfonía. Un amor al silencio generador del poema, al silencio propicio al beso de los amantes en la plaza o a la salida del Metro, escena que se ve cada vez menos.

Vayamos a la poética. El poema es una partitura para no ser interpretada ya que la música sublime es mental. Cualquier lectura de un poema es una traición a esa partitura. Las melodías que se escuchan son hermosas, pero las que no se escuchan lo son más aún. Hasta uno de los poemas más perfectos de la poesía chilena, “Preguntas a la hora del té” de Nicanor Parra, pierde gracia cuando lo escuchamos leído por él. No sé qué voz imaginamos cuando leemos un poema, pero ninguna voz real pareciera alcanzar lo que imaginamos. No existe, sólo podemos acercarnos a ella. No existe la representación, sólo el intento de acercarse a contar lo que vimos. Claro, es grato escuchar a veces a alguna gente leer, saber cómo era la voz de las poetas de las que nos enamoramos. Se imposta un poco para que la lectura no sea una lata o, peor aún, una invasión. Recuerdo en dictadura cuando habían recitales de poesía mixtos (en Chile ya casi no existen) y en donde todo era amistad. Hoy sólo asisto a casas de amigos cuando alguien quiere compartir sus versos. El poema es sólo una partitura y debe haber un nivel mínimo de intimidad para sacarlo de ahí, tiene que ver con la voz baja y cifrada de los delincuentes y de los amantes, con la meditación y el rezo, con la creencia de que una palabra errónea puede hacer que la montaña se enoje y envíe un desprendimiento.

La gente que lee partitura clásica o clave americana con una sola ojeada puede vacilar sin sonido, leyendo sólo la partitura. He espiado a algunos. Algunos hacen un conteo con las yemas de los dedos. A uno lo descubrí una vez en el Metro haciendo el golpeteo con el pie hasta que, como que no quiere la cosa y con el Metro lleno, me di cuenta que venía leyendo una partitura de uno de mis saxos tenores vivos favoritos. Me llenó de alegría por dentro, como cuando el poeta Francisco Ide me dijo que había visto a un oficinista leyendo un libro de poemas míos en un lugar del centro.

II

Cripsis y aposematismo

El rumor y el susurro son cripsis y algunas visualidades son aposematismo. Por eso muchas veces en las cinematografías es siempre un problema mezclar texto e imagen, poema e imagen. El rumor y el susurro son cripsis, intentan confundirse con el viento. Son áfonos. Son poéticas que aspiran al silencio.

El aposematismo es de colores vivos, como un pavo real. Barroco. La cripsis consiste en fundirse en el contexto para ojalá pasar desapercibido y salvar la vida. Está relacionada con el poema en voz baja, con la palabra leve que se confunde con una nota hecha a mano alzada, con una palabra que aspira a la levedad, a la nota o boceto. Usa verbos modales y potenciales y ante la afirmación antepone un quizás o un tal vez. Carece de la asertividad valorada en territorios que adoran y extrañan el cepo y el látigo, en países donde se rinde culto a la autoridad y el poder. Lo asertivo es palabra dictadurizada, pero es muy poco lo que podemos afirmar con certeza: somos estúpidos y moriremos. Ni siquiera nuestra pertenencia a un lugar. En nuestro sueño, nos convertimos en drones que recorren la ciudad.

Clasificar y fijar identidades es depredación La cripsis es poesía que nace de ciertos estados de alerta ante las amenazas de los depredadores o de quienes intentan exterminar algunas especies. De quienes quiere eliminarnos. Ante eso se guarda silencio estricto y nos fundimos en la natura que se hace una con nosotros. A veces confundimos a la muerte con un gran recreo a la esclavitud de los sentidos o con los íntimos y plácidos estados de quietud. El aposematismo, proceso contrario a la cripsis, también es un mecanismo de defensa, pero su estrategia es distinta: hace gala de todos los colores vivos que señalan contenido venenoso. Los colores vivos suelen ser veneno en algunas especies.Cuando una especie hace aposematismo está diciendo: “soy tóxica, si me comes, te mueres”.

Algunas ranas y mariposas se defienden de esa manera, como quien se comunica con una prenda de vestir. Alguna gente señala con su atuendo ciertas prácticas sexuales extremas para buscar aliados. El rojo-peligro o rojo-puto es su signo. Pero hay un tercer tipo de especie que sin poseer la toxicidad de ciertas especies como ranas y mariposas, imitan a estas para hacer creer a los depredadores que son tóxicas. Pero no lo son. Y logran confundir a los depredadores. Este proceso se llama mímesis. Es como cuando Juan va a un barrio extremadamente peligroso y se pone una polera que dice bjj o mma. Aunque Juan no posea ningún conocimientos de bjj o mma, atraviesa ese lugar sin problemas, fingiendo no prestar atención a la polera, que advierte: “sé bjj o mma, así que no te acerques.” Aunque Juan no sepa absolutamente nada de esas disciplinas, camina de una manera relajada, firme y segura.

Esto último se llama actuación. La cripsis es áfona. Es el lenguaje que se ocupa en las situaciones de muerte y amor. El aposematismo es estridente. La cripsis es cromática a niveles imperceptibles y por lo general usa los colores del desierto o la nieve. El aposematismo usa colores vivos y se da mucho en ranas y mariposas tropicales. Algunos caminantes observadores y cineastas utilizan la cripsis. Es su manera de poder filmar lo que es casi imposible de filmar. No ser advertidos ni visibilizados. Afirma Nelly Sachs, citada por Patricio Pron: “Usted comprenderá mi deseo tantas veces repetido de desaparecer detrás de mi trabajo, de permanecer en el anonimato. Quiero ser eliminada por completo: solo una voz, un suspiro para aquellos que deseen escuchar atentamente”. O John Cage: “Ser un animal blanco, en el invierno, cuando cae la nieve, entonces subirse a un árbol, sabiendo que tus pasos son cubiertos por la nieve nueva, ¡de manera que nadie sabe dónde estás! Ese es uno de los ideales. Otro ideal es encontrar el vacío” El narrador argentino Oliverio Cohelo tenía un cuento con la vieja fantasía de retiro y renuncia del escritor. Un escritor lo deja todo y se dedica a reparar tocadiscos. Pero un día llega a su taller el más concienzudo estudioso de su obra porque quería simplemente reparar su tocadiscos. Ambos saben quién es quién. Pero el estudioso, que había dedicado su vida y conocía cada detalle del escritor, respetó la renuncia del este. Ambos se despiden sin decir nada, aunque el académico había dedicado su vida al hoy en día reparador de tocadiscos. Algunos voyeurs, cineastas y dramaturgos utilizan algo similar al aposematismo, al hacerse ver y no esconderse: dejan en claro que están filmando, que lo que hacen es solo una tentativa de representar ciertos eventos elusivos. Solo se puede intentar representarlos con la esperanza de que tengan un leve aroma a lo que fueron. Sucede con las imágenes demasiado milagrosas que nos presenta la realidad. Porque la realidad es milagrosa, de eso no cabe duda. El problema es cómo hacer pasar de polizonte el susurro y lo áfono —o sea, el poema— hacia el mundo de la representación y las visualidades. O cómo traficar esa cripsis hacia la relación con un otro. Sólo te ama quien logra verte aunque los demás no adviertan tu presencia. Cuando en una pareja alguien deja de ver al otro, se acaba la relación. Sólo puede acceder a tu alma quien logra advertir tu presencia, como esas sensibilidades especializadas capaces de distinguir una liebre blanca en la nieve o un puma en la montaña.

Fuente: barbarie.lat

Mujeres, no cabras

No es fácil para una mujer hoy en día hablar de hombres o deseo. La mayoría no se atreve, alguna se autocensura. No es fácil. Incluso castigado. Más aún si se hace con desparpajo y libertad, desde una posición deseante casi descarada.

La poesía necesita mujeres con experiencia, mujeres hechas y derechas, mujeres que han criado hijos y se han hecho cargo del hogar como un pulpo que con una de sus manos sigue escribiendo, como cuenta Al Alvarez que hacía una de las grandes poetas contemporáneas. O que sin hijos optaron por su propia pelea. Mujeres con calle, mujeres que han ido a buscar a sus hijos a la comisaria por estar en la primera línea de combate o por haber defendido el honor de su amigo o su novia en algún lugar. “Cómo hiciste para que te saliera así tu hijo, tan virtuoso?” Le pregunto a mi amiga cuyos poemas acabo de leer “lo crié a puro amor, como tú” Todos quienes conozco criaron así a estos raperos politizados que parecen modelos de Calvin, a estos lectores silenciosos, a estas cabras con el glamour de la revuelta. A esa pareja de chicas que andan de la mano por la calle sin actitud autodefensiva sino como transmitiendo una especie de amor y anuncio de cambio de folio en un territorio extremadamente resistente a los cambios de folio.

En la lengua de los choros se habla de achicar la calle, “x no me va a achicar la calle” es tan gráfico eso, tan nítida la imagen del miedo al caminar por una calle, sin la soberanía y la serenidad de quienes saben desplazarse. El poder es el que intenta achicarnos la calle, que nos alimentemos de sus medios pagados por los verdaderos delincuentes. La mala televisión es la que intenta achicar la calle.

El poder se resiste a agregar las piezas que faltan pero luego se queja por la cojera de la mesa o por los estallidos sociales. Pero no hablábamos de poder ni de hijos virtuosos. Hablábamos de madres.

Por algún motivo están ausentes en la literatura -no exenta a la adoración de la juventud- estas mamitas sexies, estas milfs, estas mujeres prácticas que prefieren el jardín a la pasarela y a la palabra devaluada de las redes sociales, que leen y respiran sólidas frente al litoral central. Sólo ese mar y ese crepúsculo son testigos de la mirada de esa mujer. Sólo a ese horizonte entrega una mirada que no conocemos. Quizás conoceremos o conocimos alguna vez. Sólo el océano y el sol tendrán derecho a su mirada.

Pero incluso luego de la experiencia de los años -leo versos de una mujer, no una cabra- el deseo conserva siempre algo adolescente, veleidoso, antojadizo. Y escribir sobre eso es un ejercicio de libertad. Y de humor. Recuerdo cuando hicimos imprimir una polera de cumpleaños para la mujer a la que me refiero, la que habla de deseo a sus cincuenta. La mandamos a estampar. Decía:

C u á t i c a
desde cabrita

Porque desde niña se ve la locura en sus ojos azules, todas están con falda pero ella con pantalón, todas con los colores sobrios del miedo al mal gusto, pero ella con sewater rojo y jeans; y tiene la maldición de los que somos un poco más altos que el resto, lo que te hace sumamente detectable y lo que también resalta su hiperventilación a la hora de bailar Wade in the water de Marlene Shaw que alguien puso en un tocadiscos.

Algo que se agradece mucho, se realiza este ejercicio de hablar de su deseo en sus poemas, con levedad y sin quejas, dolorismos o terriblismos. Sin revanchas, sin esa defensa de la pureza heredada del cristianismo y contrabandeada en nuevos paquetes con otros rótulos. El “no me toquen” cristiano pasa intacto a algunas radicalidades.

Hay mujeres que vienen de vuelta de mil batallas, que conocen algo de la naturaleza masculina y cuya experiencia no ha sido en vano. Por eso yo personalmente busco poesía de mujeres, no de cabras. Uno se pregunta con un poeta irlandés: cuántos adoraron tus instantes de alegre gracia,/ y amaron tu belleza con amor falso, o verdadero; /pero un hombre amó el alma peregrina en ti,/ y amó las penas de tu rostro que cambiaba./ E inclinándote junto al resplandor de los leños, /murmures, un poco triste, cómo huyó el amor, cómo flotó lejos sobre las montañas, /y escondió su rostro entre una multitud de estrellas. O quizás con Edna St Vincent: Lo que mis labios han besado, y dónde, y porqué/ He olvidado, y que brazos han yacido/bajo mi cabeza hasta el amanecer; pero la lluvia/ está llena de fantasmas esta noche, que golpean y suspiran/contra la ventana y esperan una respuesta/ Y en mi corazón despierta una callada pena/por los muchachos olvidados que ya no otra vez/se volverán hacía mi a medianoche con un gemido.

Ahora bien, por qué cito poesía tan alta si este poemario se propone desde el título en adelante como un libro leve, descuidado. Quizás porque los temas son los mismos aunque en la jerga leve del rock and roll y todas sus variantes y subproductos. Poesía leve, sin autocensura, con todo lo antojadizo e irracional que implica enamorarse.

El olor de las plantas y el de la discriminación

"Todo, hasta nuestro olor corporal, es un asunto de clase"

Boong- Joon ho

(Corea del sur, director de Parasite)

 

Como el uso de las palabras, el olor de la natura es un buen colador para ver con quién nos involucramos. Creo que hay algo sereno en las mujeres que no temen a los olores, los insectos, la natura. Deben ser buenas en la intimidad. El mundo aspiracional es aséptico y entra con la nariz a cualquier parte. Por mi lado, disfruto los olores, a gimnasio, a friegas de gimnasio, esa mezcla entre olor natural del cuerpo de los gimnasios, los ashrams y los dojos. El olor natural de un cuerpo limpio cuando está en una actividad física estresante

Una vez alguien lleno de nervios, melindres, escrúpulos, se molestó por el olor a ruda confundiéndola con pis de gato, y me di cuenta de lo distinto que percibimos unos de otros los mismos fenómenos. El olor a ruda a mí me fascina, es fuerte, misterioso y quizás por eso a la ruda se la considera como un centinela de las casas. Pero ese aroma a alguien le parecía desagradable. Somos demasiado distintos de alguna gente, quiero pensar que tenemos cosas en común, pero es como cuando estás escuchando un clásico (e.g deep purple) y alguien dice “qué antiguo” no hay mucho que hacer. Más matapasiones que eso es imposible. Qué se puede decir ante eso. Uno cancela de inmediato todo tipo de comunicación, como cuando alguien con toda naturalidad dice una palabra que delata misoginia y homofobia en una conversación y uno simplemente se para y se va. Todavía hay gente que cuenta chistes de homosexuales. Si alguien cuenta algo así, yo al menos me paro y me voy.

El amor tiene que ver con los olores. Hay gente a que no soporta el olor a los cardenales, que en todas partes se llaman geranios, y en Argentina se llaman malvones. No sé siquiera si no les gusta el olor, quizás simplemente los consideran flores de pobre. Me parece que es más bien lo segundo.

En una ocasión me invitaron de una universidad a que hiciera una lectura y conversara con la gente. Fui gratis, era gente joven y quería contagiarme de su entusiasmo y rebeldía. Mientras explicaba algo en un auditorio, hice uso del cuadro de Frieseke: hollyhocks. Los hollyhocks son malvas, algunas gente les llama malvarrosas y son fáciles de encontrar en todos los barrios de distintos estilos, son flores altas. A un joven del público se le ocurrió decir: flores de pobre. No lo podía creer. Pensé que los jóvenes como ellos tenían otro espíritu, que deberían estar pensando en subir cerros, en hacer el amor en la natura, en ir a una marcha combativa, en fumar marihuana, en feminismos, en cambios, en una curiosidad por literaturas extrañas y deformes. Pero no en lo que acababa de escuchar. No hay sed de contracultura, no hay underground. Todos quieren el traje lo más pronto posible, institucionalizarse. Tomé mis cosas y me fui en mitad de la charla. Cabros formateados, perkines culiaos pavos que no se dan cuenta de cómo los moldean. Luago vino la Primavera de ctubre y ahí despertaron varias y varios. Pero hay mañas pegadas desde la dictadura o desde la misma esructura de fundo del país y no se van con nada. Desdictadurizarse es un proceso largo y hay algunos que simplemente no lo logran nunca.

Cierto filósofo habla sobre un niño que ordena una mesa con adornos y platos como una verdadera instalación para dar la bienvenida a su madre. La madre llega y no ve el punto de vista del niño y saca un utensilio como si nada y cambia otra cosa de posición. El niño llora y la madre intenta consolarlo. Ella no vio el punto de vista del niño. Es tan simple como ponerse en el punto de vista del otro. Para alguien, todos los jardines, con achiras o con malvas son simplemente jardines, para otros son todo un mundo. Tienen su propia personalidad. A veces se escucha el satánico desbrozador o el ventilador para despejar las hojas o cualquier máquina centrífugas que arrancan con una piola como una motocicleta y que produce un sonido terrible a la hora en que uno tiene la esperanza de escuchar un chercán o el silencio de la mañana. Para alguien que no ve el cuidado de los jardines y la personalidad que tienen, da lo mismo. Cuando caminaba por Principe de Gales sentía amplificados los aspersores de las canchas de rugby del Grange, chachachachachachac! Cada golpe del aspersor adelgazando el río y aumentando mi odio de clase. O gente regando a las 15, cuando el sol pega directo. Ni hablar de los robos de agua mayores, porque eso y el cambio climático serán el tiburón que se coma al tiburón pequeño que es el Covid 19.

He hablado de una persona que al entrar aun lugar en donde yo estaba estratégicamente sentado para sentir el olor de las rudas, se desesperó y empezó a busca desinfectantes y esos horribles aromas de spray. El claramente no huele lo que yo, no experimenta ese aroma embriagador, extraño y protector que a mí personalmente me deleita. Porque las rudas son centinelas, como un padre o una madre que cuidan sus crías.

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