Ese lugar llamado Residencial Ema

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Hemos vuelto a la Residencial Ema, ha sido luego de releer poemas que aún envueltos en la bruma post cuesta Lo Prado, recorren la distancia precisa para silenciar, y a veces, enfriar en exceso al corazón.

Las cosas parecieran no haber cambiado mucho, salvo un par: hoy las cervezas artesanales y su resaca cero pueblan dónde antes lo hacían las parras de la chicha de Curacaví y el caudal reducido del Puangue parece una muestra gratis del pasado.

Con Consuelo nos reservamos un par de minutos para mirar la residencial desde lejos, saborear esas flores que el residenciero Jorge Ramirez Huichaqueo bordaba con infinita paciencia para sus invitados. A la distancia noto que Consuelo, vieja compañera de esta guarida, hace lo mismo, somos dos seres famélicos que alguna vez soñaron la quimera del escritor escapando de todo. Al igual que nosotros, Ramirez Huichaqueo está dedicado a la contemplación, hace años ya no es ese regente activo ávido de lecturas.

Como si fuera una ceremonia, bebemos junto a Consuelo en torno a la última flor que lucha solitaria la desidia de los nuevos dueños, sabemos que el día que ya no esté, la residencial Ema sólo tendrá recuerdos y los poemas que alguna vez ahí se escribieron y tal vez, algo más que se nos escapa a todos.

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