Desde la reedición de Compro fierro en 2010 por Balmaceda Arte Joven, la poesía de Juan Carreño pasó a ser un secreto a voces. Según su editor Rodrigo Hidalgo, el libro se transformó en un pequeño best-seller para la editorial. Desde ese año Carreño viene publicando con regularidad. Bomba bencina aparece el 2012 por Das Kapital y el 2015 Ajiaco reúne crónicas y textos misceláneos en el volumen Ir a la trinchera. El 2016 trajo consigo Oxicorte, su nuevo poemario y Budnik, su debut narrativo.
―Actualmente impartes el taller de poesía de invierno en Balmaceda Arte Joven, ¿qué te parece esta experiencia de enseñanza, cuáles son para ti los objetivos de un taller de poesía?
―Comencé a asistir a Balmaceda desde los 16, donde asistí a talleres de crónica y poesía. No siempre congeniaba con los profes, pero cuando se armaba un buen piño de compañeros, nuestra rutina consistía en leer poemas a orillas del Mapocho hasta, literalmente, vomitar. Esta parte era la más importante. No faltarán los que dirán que el Balmaceda depende del Estado y la cacha de la espada. Pero es un espacio gratuito y no le dan color. Y mientras exista un espacio así en Santiago, se agradece y se interviene. El taller anual con Germán Carrasco el 2009 estuvo filete, se armó un buen equipo: Panes, Cardani, Cano, Vivaldi, Valenzuela. Éramos varios, caíamos todos en el wonder. De todas maneras hay que tener en cuenta que actualmente se han levantado, en base a piños territoriales, unas monstruosidades llenas de amor, carnavales, talleres de todo tipo, estamos en plena primavera poblacional, el manso boom de los menores, acciones que poco tienen que ver con el centro. Y sí, actualmente realizo el taller de poesía en Balmaceda donde uno de los objetivos es sacarse el tufo concursero y el ombligismo clasemediero, leerlo y escribirlo todo, sin miedo al reguetón, lo neo-otaku, el spray, stiquers o aventurarse con un poema de amor, el más peludo de todos.
―Compro fierro se puede leer como un libro colectivo, un proceso de escritura que se construyó y editó en tu población. ¿Cuál es la importancia de estos «otros» en tu escritura, crees que la creación es un proceso individual?
―Es cierto que Compro fierro es un libro colectivo, pero es también un libro adolescente. El próximo año se cumplen 10 desde que comencé a hacerlo circular (lo escribí principalmente a los 19) y, al sopesarlo con tantos años de distancia, me sorprenden ciertas actitudes mías para enfrentar la creación literaria. No tenía plata y me importaba una pichula la experiencia universitaria. Creía en mí y en la posibilidad de escribir algo que valiera la pena, el poema que pudiera entender mi vieja y mi vecino, pero un poema también que le volara la raja al lector de cualquier sitio. Pero sin hacerme tan pico con copete o drogas, no había plata, había que trabajar, prefería leer. Al terminar de escribir Compro fierro yo sabía que tenía un buen texto en las manos, aunque sabía también que ni cagando iba a ganar algo de plata si no movía yo mismo los libros. Por lo mismo había que buscarse las posibilidades de distribución: vender libros en la calle, en la feria, delivery. Firme y derecho, sin parar, sin enfriarse. Y si hablo de plata es porque hablo de independencia, no hay mesada, no hay beca, no hay abuela a quien recortarle la pensión ni padres separados que te auspicien la pasada. Aunque eso cansa, y tampoco es recomendable la actitud de resistencia.
―En algunos procesos de escritura se habla de la necesidad de salir del propio terreno, arriesgarse a explorar: Bomba bencina, Ir a la Trinchera y Oxicorte tienen el amago del viaje, pero siempre retornan al origen. ¿Has asumido como obligación moral y política mantenerte en la población o ha sido pura inercia?
―Aquí no hay origen y menos inercia. Si viajo es por mera salud mental. Por ir a ver a los amigos, por lo necesario de hacer el amor en otros climas. Todo chileno debiera irse a pegar la terrible cacha a la Amazonía. Vivir en pobla no tiene nada de bacán. Que en el pasaje los domésticos culiaos se agarren a balazos, que muera gente afuera de tu casa, solo le puede hacer gracia a los fachos que vienen a hacer turismo social a las poblaciones. Y la poesía no basta como dispositivo de cambio. Cada vez me asquea más la poesía política, o la que se hace llamar política o de denuncia, o la poesía feminista, sobre todo en lecturas públicas; toda taxonomía es colonizante y la poesía es un ejercicio de soledad. Con la poesía no basta, eso está claro. Y no se trata de tomar la acción territorial como una «obligación moral», es simplemente, y nada más, que el sentido común de que tú no estás viviendo solo y que puede ser muy lindo ir a cheguevarear a Bolivia durante el verano, pero si sigues rascándote las bolas en tu comunidad, tratando de salvar tu pellejo en la universidad o trabajo, te tiraste, ya eras.
―El lanzamiento de Oxicorte se realizó en La Pintana, el sector donde vives y que está muy lejos del circuito de lanzamientos, que son casi siempre entre Santiago, Providencia y Ñuñoa, ¿crees que es importante sacar los libros a las poblaciones?, ¿cuál crees tú que es la importancia social del poeta hoy en día?
―Me importa una raja la importancia social del poeta. Hay que expropiar la Fundación Neruda, limpiar la SECH con poet. El lanzamiento de Oxicorte en La Pintana fue porque queríamos con mis amigos bailar y beber tranquilos, de forma barata, sin que nos echaran de los bares o que nos gastáramos lo que no teníamos en locales del centro. La idea era compartir un cocimiento, que estuvieran mis vecinos y mis amigos, nada más. La comodidad de las distancias cortas siempre me será sospechosa. Y aguante la editorial Das Kapital, Tania Encina y Camilo Brodsky, el próximo concejal de Ñuñoa.
―Oxicorte es una especie de elogio al delito, de la necesidad de desafiar y mofarse del sistema económico depredador y de la autoridad que lo resguarda. ¿Cuándo el delito es acto de resistencia y consciencia de clase?
―Cuando el robo es un ejercicio de amor (y no mero egoísmo o como medio de acceder al consumo), es que es un robo, diríamos, político. Como cuando tus amigas salen del súper repletas de quesos y vinos antes de perpetrar una proyección. El mayor referente para escribir Oxicorte fueron las acciones ejecutadas por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Y, por lo mismo, este es un libro principalmente de amor, de una pareja de amantes que roban cajeros automáticos en distintas ciudades de Latinoamérica.
Budnik aparece en la editorial norteña Cinosargo. La trama gira en torno a casos emblemáticos de tomas y expropiaciones, como Bajos de Mena o la masacre de Pampa Irigoin, Puerto Montt, ocurrida en 1969, como también de cine y la representación de lo popular. El libro se publicó en Chile y México y tuvo lecturas de presentación a finales de julio en Arica y Tacna por poetas y escritores de Chile, Perú y Bolivia.
―¿Cómo fue el proceso de escritura de Budnik, qué varió con respecto a la poesía?
―Budnik es un ensamblaje. De hecho, la palabra «Budnik» es la marca de una fábrica de prefabricados de cemento que hay cerca de mi casa. Es una fábrica de legos tamaño real. Por acá es fácil ver los camiones cargados de bloques de cemento marcados con esténcil con la marca de la empresa. En un principio, por puro gusto fonético, me gustaba cómo sonaba la palabra «Budnik» como título para algún libro. Mi asociación me llevó al toque al Sputnik, a Yuri Gagarin (que uno de sus tíos paternos está enterrado en el Cementerio Ruso de Puente Alto, acá en Santiago), a la Virgen de Kazán y a los rusos instalados en la zona sur de la ciudad, en la iglesia ortodoxa que está cerca de Gabriela. Se trata de ficcionar pero también de sacarle el rollo a toda una zona, a preguntarse por qué tubos de cemento, abandonados en los potreros (esos desde Observatorio con la carretera hacia el sur), sirven como refugio u hogar, en cómo todo el sector de Bajos de Mena está ligada a la VOP (Vanguardia Organizada del Pueblo) por el personaje Pérez-Yoma o la enfermedad del Síndrome de Kawazaki. Hacer una genealogía del abuso a estas alturas es papa. Googlea y sácate una novela histórica. La Historia Secreta del Perro Basura Abusado por sus Dueños en La Pintana, etc. Si no hay respuestas no hay riesgo. Y aquí entra el juego del accionar del Frente ContraCine, un team absolutamente hermoso y violento con el objetivo de refundar la imagen, que es lo que desafina, lo que rompe las cuerdas.
―¿Qué lecturas y autores influyeron en este trabajo?
―Ha influido Marcelo Morales, director de cinechile.cl y guía del taller de Cine de Resistencia en la Escuela Popular de Cine, gracias a él por llegar; a Medvedkin. A Sofía Gómez por la peli Quiero morir adentro de un tiburón, a la Caro Adriazola y el José Sepúlveda (que en paz descanse la perra Violeta) por los consejos de montaje; el cortometraje Consejo de guerra, de Fabiola Albornoz; La muerte está en los catres, de Ronnie Fuentes; Señor Blanco de Erico Marchant (OFICIO). Ha influido determinantemente en este trabajo mi gran guía de Western: Vittorio Farfán, mis 12 pasos de héroe maulino. Han influido en Budnik el Ale, la Rayén, Mañodes, Patoman, el Bryan, el Darwin, el Pablo, el Cristóbal, el Rucio, el Esteban, la feria que siempre ha estado afuera de mi casa, la Carmen Castillo, Norman Brito y todos los niños hambrientos de Chile que son mis parientes.
Además de su trabajo literario, Juan es parte de la Escuela Popular de Cine con sede en La Pintana. Un proyecto de autogestión que realiza muestras abiertas de cine artesanal y también colabora en la organización de los campeonatos de fútbol-pasaje, cuyo primer certamen llevó el nombre del chofer del Transantiago Marco Antonio Cuadra, trabajador que se quemó a lo bonzo el año 2014 en protesta al incumplimiento de demandas laborales de la empresa Redbus.
―En Ir a la Trinchera afirmas que la élite chilena ha tratado de justificar sus fracasos y sus glorias a través del cine, tratando de elevar la figura del huaso patrón criollo y naturalizando la pobreza. ¿Cómo criticar y derribar el monopolio de este cine?
―A puro trabajo. Grabando, editando, sin tanta alharaca. No se trata de salir a protestar con una batucada y las tetas pintadas exigiendo a todos los vientos la auto-aniquilación de la burguesía. Organízate en tu población, juega con los cabros chicos, hagan películas con los celulares, traten de dar a entender que el tiempo y el espacio son materias maleables, que la palabra y la imagen nunca han dejado de pertenecernos (aunque la academia y los medios traten de expropiarnos), y no tomarse este tipo de pega como una solución mesiánica, es tan solo un dispositivo, un primer paso de organización, un juego al fin de cuentas.
―¿Cuál ha sido tu experiencia con FECISO, qué es lo que ven como respuesta de las muestras de cine popular en las poblaciones?
―La experiencia FECISO es la zorra. La ultra cumbia. Es el Servicio Territorial Obligatorio. Un espacio creativo, crítico y lleno de amor. Sin la pujanza del amor el FECISO y la Escuela Popular de Cine no existirían. Y obviamente que estamos sujetos a las contradicciones propias de cualquier experiencia de este tipo (horizontal, callejera, con olor a humo), expuestos al choreo inescrupuloso de pastabaseros, al hostigamiento de los evangélicos, pero estamos firmes en esto, FECISO cumple 10 años, la Escuela Popular de Cine ya lleva más de 5. Si algo nos detendrá, seremos nosotros mismos.
―¿Cuál es el cine que no haría ni exhibiría jamás FECISO?
―Patear en el suelo a los embajadores de la estupidez es fácil, como fácil es cachar qué pelis están dando la cacha en Chile, trabajos que están en cines algunas semanas, recolectan lo invertido, se exhiben en la tele para que luego el peso del tiempo les caiga encima sin miramiento alguno. Películas sin riesgo, sin sangre, avales caricaturescos de una sociedad sin ni un brillo. No vamos a mostrar la película del osito en el circo, pero sí La bolita mágica, El mecánico pianista, Las chicas malas de El Castillo.
―Los campeonatos de fútbol-pasaje nacen de la importancia del encuentro y la fraternidad barrial, de revitalizar la historia, la consciencia crítica y la lucha social. ¿En qué medida el fútbol ayuda a alcanzar estos objetivos?
―Pasolini ya hace tiempo sabía de la importancia del fútbol en la masa proleta y de las posibilidades de las pichangas como centro dinámico de encuentro. El fútbol-pasaje trata de darle cara a la mercantilización del deporte, los equipos son sin límite de edad ni sexo, jugamos con pelota plástica, aprovechamos de grabar, de ficcionar los campeonatos y nos recontra cagamos de la risa. Lo pasamos bien. Y eso es importante. Qué lata esa gente que trabaja en las poblas a puro sufrimiento y velatones por el atropellamiento de un perrito. Hay que gozarla. Hay que puro gozarla. Quitarle espacios a la muerte.
―En Ir a la Trinchera hablas de los diarios de la cámara Mini DV donde registras la crónica de Óscar Lucero y en Internet podemos encontrar el documental Santo Tomás, entre la iglesia y los pacos. ¿Tienes algún otro proyecto audiovisual?
Sí. Estamos trabajando en la película del fútbol-pasaje y en una docena de cortos realizados con niños de acá de La Pintana y de San Bernardo en el marco de los Centros Audiovisuales Populares (CAP), que nos tiene a todos los cabros de la Escuela Popular de Cine de cabeza trabajando pa exhibirlos en el FECISO que se nos viene ahora en agosto, y aprovecho de pasar el dato: del 24 al 27 de agosto se viene el festival y, antes, el sábado 13, realizaremos la fiesta aniversario de los 5 años de la Escuela Popular de Cine, ojalá vayan, paguen la entrada y no entren tan curaos pa que se tomen un copete adentro y nos ayuden a juntar monedas, miren que para mover a las masas se necesita petróleo, alimentos frescos y licores que no destruyan tan intempestivamente nuestro organismo. Pues eso. Pega no falta.
Fuente: Cólera