Un pais de Pacos

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Instituto Claret de Temuco

Cierto día estábamos sentados sobre unas gradas a la entrada de un hotel, sin molestar a nadie. Desde adentro un conserje miraba inquisitivo, hasta que finalmente se decidió a salir y nos dijo que dejáramos de obstruir el paso. Lo cierto es que había espacio de sobra en las gradas y absolutamente nadie transitaba por ahí. No podía ser de otra manera: ese conserje, probablemente un ex uniformado, necesitaba justificar su cargo, su jornada, de alguna manera.

A veces ocurre lo mismo con los editores: tienen que justificar su cargo, tienen que intervenir y meter la cuchara en el texto, aunque sencillamente no haya nada que alterar. Incluso a veces suelen agregar más erratas de las que ya tiene el texto. Me acuerdo de cierto documental de Woody Allen, donde sus actores hablaban sobre su forma de trabajar, exactamente opuesto al maniático controlador de Kubrick: Allen dejaba a los actores hacer su trabajo, intervenía lo menos posible y luego se iba a ver el partido de béisbol de su equipo favorito o al club de jazz. Recordemos que una vez no fue a recibir un Oscar por ir al club de jazz como su agenda tenía sagradamente programado.

El famoso acto policial: esa cosa de prohibir todo, propia de un país de guardias, conserjes y secretarias recepcionistas que disfrutan negando, que sonríen al decir que no. Eso es herencia hacendal: cuidan lo ajeno y, además, devuelven el latigazo que les dieron a ellos. Es algo propio de un país lleno de cercos. La cosa es hacer todo más estrecho e incómodo de lo que ya es. Es lo mismo con los trampolines en las piscinas o incluso con las máquinas para hacer deporte o juguetes de los niños en los jardines infantiles. Aunque están diseñados para jugar o practicar deportes, se ejerce un control y un horario sobre ellos. Chicos que quisieron jugar con algo y les fue negado a correazos, que quisieron cabalgar en caballos que estaban vigilados, usar la cancha de tenis, pero todo les fue negado. Les fue negado y luego lo niegan a los demás. Ni hablar de que así es más difícil que haya campeones olímpicos. O que los domingos todos almuercen en familia y si quieres hacer otra cosa está todo cerrado. Ellos, como los científicos, los filósofos, los narradores y poetas simplemente no sirven. La gente común, al ser interrogada sobre la utilidad de la ciencia por ejemplo, no sabe lo que es. Creen que es para mejorar la calidad del lavalozas. Hago lo posible por no quejarme pero muchos profesores de matemáticas son completamente averbales y si se les pide que expliquen lo que es una serie discreta o al menos un sinónimo de conmutación, no tienen la menor idea. Ni siquiera una noción.

He visto gente esperando con materiales o haciendo entregas y los conserjes niegan las llaves; es evidente que el que está esperando tiene que entregar materiales de trabajo o entregar un producto, pero el encargado señala que nadie le dio la llave, que a él no le dijeron que iban a venir mientras los despachadores se achicharran de calor o se mueren de frío. Así todo se retrasa, así no se usan los implementos deportivos, así todo es más lento. Esas cosas son intocables porque fueron intocables durante la niñez de sus abuelos en algún fundo. Y dicen con un tono muy reconocible “a mi no me dijeron na” con un timbre piochetista, con los ojos de fuego disfrutando que el otro se moje o se muera de calor, atrasando todo: y esto no le conviene ni siquiera a la gente que tiene una visión neoliberal del país, sobretodo a ellos. Dicen que esto fue después del golpe de estado. No lo creo. Los veteranos de guerra del golpe y el exilio también son así.

Esa cultura de cerrar con llave lo intocable se reproduce claramente en el campo literario: lo sagrado no se cuestiona, simplemente se adora. Por eso la necesidad de erigir símbolos, narradores y novelistas, homenajes y mitificaciones, y si son sagrados no es necesario leerlos. Cifrar la lengua y ocultar tiene que ver con lo mismo. Por ridículos que nos parezcan los helenistas o metafísicos o autoproclamados centinelas del siglo de oro creen tener una llave guardada de ciertas obras -incluso se dan el lujo de parafrasearlos con libros enteros, como cierto poeta que “reescribió” y, de paso, se apropió de una serie de poemas medievales -escoceses, galeses, qué se yo- sobre el manoseado tópico de la muerte. Mientras tanto, Santa Teresa o Quevedo se deben revolcar en sus tumbas.

Si tienen un milímetro de poder, lo ejercen. Por todo el dolor que sufrieron durante siglos. Se nota en su lenguaje, su condena al ocio disfrazada de sabiduría popular. Frases que provienen del latifundio ¿crees que yo me la paso tocando el piano? Breva, perla. O eso de que contemplar el río es malo y las estrellas, peor aún. Un peón debe trabajar cabeza gacha, y la cabeza está erguida al mirar las estrellas, y serena con el río, no cabizbaja y humillada como correspondería. Por ejemplo, se decía que salían verrugas al mirar las estrellas, quizás la peonada no mirara hacia la constelación del guerrero ni cosa que se parezca. Mirar las estrellas es ocio, y lo que se requiere es mano de obra operante, vida útil: sintetizar energía mecánica, subordinar los cuerpos a la producción con la promesa de algún día comer en el Valhalla todo lo que se alcanzó a acumular en vida.

Hubo unas vecinas que se quejaron en la municipalidad por los obreros que descasaban en el parque mientras construían el Costanera Center. Seguramente hablaban demasiado fuerte, se reían demasiado fuerte. Es posible incluso que haya existido un deseo velado y culposo por esos cuerpos resignados a su suerte.

La historia quizá se puede resumir así: cuando niños robaron una manzana en una parcela ajena: los descubrieron y les dieron unos rebencazos fuertes que les rompieron para siempre la sonrisa infantil. Ahí adoptaron la cara de momios de quienes les dieron el rebencazo, y devuelven ese latigazo a todo el mundo: al novio de la hija que esperaba afuera con libros y rosas -ella tiene nuevas amistades, no gente como tú- a sus propios hijos incluso, que a su vez hacen lo mismo.

Es lenta la cicatrización que intentan las reformas educacionales y agrarias hechas a medias o interrumpidas a punta de bayoneta, las esmeradas campañas de burócratas de culo pesado que sin tener idea de nada y por cuoteo son posicionados en los puestos de cultura. Estos personajes conforman el país, ellos y sus casas sin libros, el pasto al rape y una asta blanca como un guardia petrificado y el latigazo no cicatrizado en siglos.

Uno mira con cierta piedad a los que se creen empresarios con dos gallinas o un serrucho, después de todo quieren surgir. Pero los flaites que se creen ejecutivos dan directamente risa. Hacen como que hablan por el celular cuando es evidente que los están manduqueando con mil chuchadas. Son felices con un traje y esta ilusión de película de ejecutivo. Pero ahora se cayó la máscara, y a pesar de que el país está en el suelo, esto lo digo con mucho cuidado: es sano ver lo frágil de las democracias, ver al país sin máscara, ver al ejecutivo ridículamente en pelotas excepto por su celular en mitad de la carretara 68.

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