Educación cívica

Fecha:

Elaboración propia

Claramente los últimos sucesos han sido la mejor clase de educación cívica colectiva que ha tenido la gente. Pero hablaré de otra cosa. La educación cívica en la educación básica en dictadura.

Cuando iba en la básica no recuerdo en cuál colegio –mi familia se mudaba a cada rato por diferentes motivos, costumbre que heredé por siempre mudándome a cada rato en mi propia ciudad-  en los tiempo aquellos, de pronto entró el director de colegio a la sala y habló con el profesor. Nos dijo que escribiéramos en un papel lo que entendíamos por democracia. Luego, de 45 alumnos, separó a 5, yo entre ellos . Habíamos respondido cosas como: “soberanía del pueblo”, “forma de gobierno en donde el representante es elegido por la ciudadanía mediante votación… etc”. Los que hicimos las 5 mejores definiciones debíamos ahora reunirnos y redactar una definición más extensa entre todos. El tipo quería una definición roma, neutra, aséptica como las que les gusta a los editores de prensa y libros por esto lados, de esos que no dejan aflorar absolutamente nada más allá de sus formatos. Por eso en vez de escritura tenemos a su prima seria y fea: la redacción. O reacción, es casi lo mismo. Estamos en un territorio en donde se adora los formatos, la uniformidad de todo, la eliminación de la diferencia y los matices. Por eso el éxito del modelo, el neoliberalismo brígido es simplificación.

Pero entonces, en una sala fría de baldosas rojas y bajo el cielo color gargajo de la dictadura, teníamos que redactar una definición de democracia. Nos miramos y sonreímos como 5 delincuentes en potencia con cara de “aquí hay que hacerla” y redactamos colectivamente un panfleto incendiario y humorístico. Una fiesta, cuando la palabra está más viva que nunca. El más histriónico de los 5 se ofreció a leer. Los roles nacen rápido y naturalmente, de ahí a los grupos más organizados que nacieron años después, había un paso. Uno de los movimientos en la secundaria proponía una militancia en donde el goce y el deseo estuvieran presentes, y eso los dividía radicalmente de todo: hicieron robos de condones y en los panfletos aparecía la figura de una mujer, tetitas al aire con una kalashnikoff.

Estábamos en primaria, éramos cinco niños de 13 años. La risa interna se acumula como una olla a presión en los cuerpos, es una sensación muy similar a cuando uno está enamorado y habla con esa risa acumulada o se despierta con esa risa porque sabe que ese día verá a la niñita que le tiene el corazón secuestrado; ella por su parte se despertará con la misma alegría contenida. Despertar sonriendo es un lujo, un blindaje contra el espejismo fracturado del día, contra el acoso de la mala onda y la incomunicación. Fue el mejor panfleto con notas de sinsentido, absurdo y tomadas de pelo encubiertas, llamadas a la lucha armada y alusiones en clave al mismo director del colegio. Metimos un golazo. Verlo reprendiéndonos durante una hora delante de todo el curso por haber malinterpretado la misión fue un show que corrió por nuestra cuenta y fue lo mejor. Luego, en algún lugar medio escondido del patio, no podíamos parar de reírnos.

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