
El Pangue es un caserío casi al límite entre Curacavi y Casablanca, por el interior nor-oeste y según lectura del libro escrito por don Luis Gúmera Allendes, se fundó luego de la derrota del Ejército Realista, tras las últimas batallas con el Ejército Libertador.
Elisa viene de una familia numerosa: 8 hermanos, todos originarios de El Pangue, migrados a Curacavi y de ahí, a otros lugares. Es la historia de quienes salen de sus casas, cargan enseres y cachivaches y llegan a otro lugar, donde los reciben o toleran y les cuelgan la chapa de: afuerinos.
La niña Elisa, pasó a ser llamada doña Elisa y fue cuando la conocí en su casa de Presbítero Moraga. En mis viajes a Curacaví para ver a mi padre, me hice amigo de una patota, más o memos de mi edad. Allí conocí al Simón, uno de los hijos de doña Elisa, con quien dedicamos más tiempo a dos asuntos, requieren concentración y capacidad para escapar por las ventanas: leer y escuchar música.
La primera vez, doña Elisa me invitó a tomar onces en su casa, preparó todo. Con un paso lento, en ocasiones busca los contornos –mesas, sillas, esquineros- para apoyar las manos y dar un impulso o reorientar el curso de los pasos. Su costumbre era el llamado a compartir te y panes tostados. Pensé, era tímida. Hablaba poco y miraba a su alrededor de una manera, yo no sabía cómo reaccionar. Parece, buscaba siempre algo y en eso, podía detener el tiempo.
“Doña Elisa estaba casada con don Tuco, oriundo del Pangue; proviene de una familia con grandes extensiones de tierras, si bien, las perdieron por culpa de abogados”, me contaba Simón, también de su papá: sin estudios (2° año básico), pala y chuzo, jornalero en construcción de caminos, leñador, se interesaba poco por la agricultura y si por las piedras, quizás influenciado por la fiebre del oro. Sabia algo de minería y canteras.
Nuestras familias se conocían y poco a poco, nos hicimos todos amigos. A poco entender las cosas, supe, Doña Elisa siempre espera el regreso de su hijo Willy. Toda la familia vivía una eterna espera y aprendieron a esperar.
Supe de la muerte de don Tuco, en 1983, antes de dejar Curacavi, pero no fui a su funeral. No pude. De doña Elisa me enteré, falleció camino al hospital, producto de una larga y severa asma crónica, en 1993.
Supe por conversaciones con mis padres, hermanas y algunos amigos, doña Elisa pasó desde marzo de 1974 hasta el día de su muerte, preparando las onces, de tal manera, todos después también esperábamos llegara por fin el Willy.
Ya regresado a Chile, me di cuenta, el regreso es un truco. Aun hoy, no termino de llegar. Igual, no es tan grave y se trata de lidiar con aquello. Simón debió lidiar con el regreso de su hermano Willy. La verdad de los hechos, llegó por vía procesal y daba cuenta, al Willy lo fusilaron en Cuesta Barriga y salvó junto a otra persona, el Pato Venegas. Se refugiaron en Rinconada de Maipú y poco después se despidieron para no volver a verse jamás. Venegas regresó a Curacavi y aun hoy vive. El Willy, también regresó. Sus padres y hermanos preguntaron a las autoridades si había “orden pendiente” y les dijeron: nada. Todos creyeron y cuando, el Willy llegó a Curacaví, alcanzó a estar un par de horas en casa, cuando pasó una patrulla de Carabineros para llevárselo a los insultos, patadas y culatazos.
Se dice, Guillermo Barrera Barrera, el Willy, alcanzó a decir: “que Dios los perdone por lo que hacen”, antes de recibir la descarga, por segunda vez. Su cuerpo aun no aparece, Punta Peuco tiene a un criminal preso por ese asesinato, de los Barrera Barrera entre tanto, algunos han muerto y a mi me parece, yo me quedé un poco con esa capacidad para observar y detener el tiempo, de parte de doña Elisa, pero es algo, he logrado descubrir, hace poco, a la hora de onces.